Alejandro es mi librero; digo que es un jíbaro del centro de Bogotá porque es a quien le compro, a veces por placer y a veces por vicio, mis dosis de fantasía y filosofía: libros. Justo el día que le mostré lo último que había comprado, ‘Las llaves falsas’ del caldense José Vélez Sáenz, que no se lo compré a él, me dio por preguntarle si conocía Manizales. Con la misma risita que me respondió que la visitó una vez, resaltó que lo que más recordaba de la ciudad era el “tontódromo”. De inmediato supe a lo que se refería; rememoraba ese lugar mítico, mitad fútbol mitad ciclismo, en el que muchos manizaleños, o turistas como Alejandro, dieron un primer “plon” y un primer “pase” que aún no termina.
Entendí entonces que no se debería hablar de Manizales sin hablar de drogas; eso, precisamente, lo supo mejor José Vélez cuando en ‘Las llaves falsas’ logró describirla desde las “confidencias de un marihuanero” y no desde su historia oficial. Las drogas, y entiéndase como tales también el alcohol, el cigarrilo y otros más, han determinado en secreto la construcción de ciudad y han ayudado a escribir nuestro libro común. Sin embargo se sigue hablando de las drogas como algo anormal, excepcional, extraño, y no es así; no es porque respecto a las drogas se haya vuelto normal lo anormal, es tal vez porque lo normal siempre se rotula de “anormal” para poder arrojar el estigma fuera de nosotros. En Manizales nos disfrazamos de ignorantes para no tener que aceptar la presencia de las drogas y su incidencia en la historia de nuestra sociedad.
Si hubiera sensatez con las drogas que han escrito nuestro libro, veríamos que son muchos más los marihuaneros que se multiplican y los periqueros que se esconden, veríamos en la Licorera el mayor expendedor de droga (legal) del territorio, veríamos que somos una población que casi permanece alcoholizada y veríamos la manera en que muchos adolescentes gozan del consumo de los medicamentos psiquiátricos que les formulan. Si fuéramos sensatos con las adicciones que escriben nuestra historia, veríamos que nuestra cultura pervive tanto en los adictos a las “pepas”, como en los adictos al cigarrillo, al chocolate, al Prozac, al café, al Internet.
Manizales debe aproximarse a las drogas y a las adicciones (que no necesariamente se relacionan) en términos de cultura y de salud pública; significa dejar de lado el discurso represivo de la seguridad. Debe procurarse la ruptura de ese imaginario al que ha llevado la dicotomía de la legalidad y la ilegalidad, en el que se estigmatizan unas sustancias y se promueven otras. Ver con ojos más sensatos, resignificar socialmente las drogas y hasta promover otros hábitos de consumo, puede conducir a la emancipación de los sujetos y a recuperar rituales que reconstruyan lo colectivo y que fundamenten una nueva relación con la realidad que vivimos. Sin embargo el consumo actual parece llevar a lo contrario y antes permite que las drogas sean parte del problema y no de la solución.
En la ciudad, las drogas, incluyendo alcohol, cigarrillo y hasta medicamentos, se han constituido como el medio más eficaz para retener los ímpetus de inconformidad y de cambio frente a la realidad corrupta que vivimos. Consumidores de muchas drogas toman su consumo como una práctica irreverente y de liberación, pero apenas viven un jouissance, un “goce permitido”, que se les ofrece con la condición de que no interpelen su realidad. Es entonces una obligación ética discutir sobre el uso que se ha hecho de las drogas; pensar hasta dónde son justificables en términos de libertad e irreverencia; debatir si han sido las formas actuales de consumo las que han llevado a la desidia frente a la corrupción de nuestra sociedad y a la ruptura de las posibilidades colectivas. En últimas, como el alcohol, las drogas y las adicciones seguirán escribiendo nuestra historia, debemos definir de qué manera queremos que la escriban.
Mi librero es un jíbaro, pero dependiendo de cómo lo asuma, cada libro que me vende puede liberarme o llevarme a la esclavitud. En todo caso, ocultar que las drogas y las adicciones nos han acompañado hasta aquí y han definido parte de lo que somos, sería como esconder el ripio de marihuana entre las hojas del libro al tiempo que se quiere olvidar que allí permanecerá; sería continuar adorando sólo una imagen de nosotros y seguir sin leer ni narrar el verdadero relato de nuestro pueblo.
Bogotá D.C., septiembre de 2010
(Publicado en el periódico LA PATRIA de Manizales (Caldas). 26 de septiembre de 2010)
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