domingo, 20 de enero de 2008

UNA OFENSA POR COBRAR

Sentado la observaba, pero con precaución de no ir a pasar por alto alguno de los puntos de su cuerpo que me hacen temblar las piernas. Ella continuaba de pie al frente de este torpe enamorado que había agotado sus estrategias. Esperaba que su deseo de no sentarse a mi lado se debiera al temor de caer en mi locura de amor, pero sospechaba que más bien era por evitar el desagrado de herirme una vez más.

Sin abandonar su posición, erguida al frente del sillón en el que me encontraba, clavó en mis ojos una tierna mirada, la cual, inconforme con su brillo particular se dejó acompañar por unas débiles lágrimas que se negaban a abandonar el marco de sus ojos.
Enseguida comenzó a acariciar mi rostro con su mano derecha, y recorriendo mi piel con sus delicados dedos, de su boca, por medio de su atractiva voz, salió un tenue “perdóname”. Seguro el amor es capaz de borrar de la memoria los agravios de quien se ama, porque debo admitir que en ese instante no vislumbré la razón de su ruego. Quizás pararme y abrazarla fue lo que más deseé, pero su mirada, sus caricias y esa palabra, señalaron que no era momento de cursilerías de cariño.

De inmediato no hubo respuesta de mi parte, pero más que por el desconcierto, fue por no lograr recordar la ofensa, y vale advertir que sin ésta, un “te perdono” sería una mentira y un “no te perdono” una injusticia…

(Una semana después)

- ¿No crees que algo está mal? - Le pregunté sin mucho ánimo de conocer la respuesta. Ella sin mirarme a los ojos siquiera, respondió - No sé ¿Usted qué cree? -

Adelantándome al veneno de sus palabras, con la voz entrecortada a raíz de la rabia que traía consigo la memoria de los tres días anteriores, le recordé - Pues has dejado de sonreír, parece como si ya no te gustara estar conmigo, para tus oídos mi voz dejó de existir y no me miras a los ojos cuando hablas – Ya para finalizar, más con el deseo de conmoverla que de herirla, exclamé arrastrando lentamente las palabras – Parece que los abrazos ya no me los das sino que me los pagas –

Transcurrieron algunos segundos, los suficientes para que cierto arrepentimiento rondara mi cabeza, y para que la idea de haber sido demasiado rudo con ella me llevara a hacer otra pregunta - ¿No crees que deberíamos rescatar esto? –

- Ya no hay nada que salvar – dijo manteniendo su mirada fija en el suelo.

- Entonces prefieres que me vaya –

- No quiero estar con usted –

- Pero porqué. Es injusto. No merezco esto – elevé el volumen de mi voz.

- Porque esta semana me he dado cuenta que usted no me quiere – respondió sin inmutarse.

Ya vencido, mientras los sentimientos se estrellaban entre sí, al tiempo que los pensamientos se desordenaban para aniquilar los argumentos, sólo logré decirle: “Lástima tenerme que llevar todo este amor conmigo”. Di media vuelta, a mi espalda la fui dejando y ella se fue quedando. Dudar de mis sentimientos había sido el peor de sus insultos, pero el coraje fue mayor cuando, no habiendo recorrido más de veinte pasos, entendí que no sólo no podía odiarla, sino que ya la había perdonado, no tanto por amor, más bien porque ella me debía una ofensa.

(Una semana antes)

… Confieso que, pasados no sé cuántos segundos, preferí la mentira, pero antes de responder, mientras no respondía, no recordé que el amor si bien en la paz se vive, en la guerra se reconoce su significado.
BOGOTÁ DC. ENERO. 2008

VENTANA EN EL TIEMPO

Esos enormes ojos, los más grandes que había visto, escondidos tras un mechón dorado, una vez más lo observaron de la forma como lo habían hecho aquellos días en que ella le truncaba la ilusión de tenerla.

- Es mejor que no regreses – dijo la mujer tratando de retener las lágrimas y procurando no demostrar la tristeza que sentía.

- Volveré – respondió Primero Vernaza mientras la miraba.

Ella, apoyando sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, replicó con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.

- Sólo hay una razón para tu regreso. Seguramente una vez que nazca te extrañará mucho más de lo que yo te habré extrañado –

- ¿Nunca podrás perdonarme? – Preguntó él en tono de suplica.

Antes de responder, lo miró como sólo lo logran hacer las mujeres que buscan recomponer su dignidad. Tomó las compuertas en señal de cerrar la ventana y respondió.

– Quizás te llegue a perdonar algún día en que el corazón destrozado se encuentre de ese lado de la ventana. – Seguido a su sentencia se posó en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpió con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.

Primero no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque el remordimiento obstruía las palabras, pudo gritarle.

- ¡VOLVERÉ! -
*****
Esa mañana, Segundo Vernaza, uno de esos niños que tienen el mismo color de piel de un padre que poco conocen, aún sentía los estragos que el alcohol había dejado en su cuerpo. Los reclamos de su madre no habrían de esperar y seguramente el castigo no podría evitar. A pesar de que presentía las consecuencias de su error, sabía que debía ir a la casa de enfrente para ver la niña del pelo dorado, una de esas que suelen llevar con orgullo la misma cabellera de su madre. No entendía claramente como había podido hacer eso la noche anterior, pero en el fondo conservaba la tranquilidad propia de quien ha expuesto los sentimientos más reservados del alma.

Al llegar al frente de la ventana roja, de la cual ella siempre salía a saludarlo todas las mañanas, sintió como el miedo debilitaba sus piernas. No sabía cuál sería la reacción de la niña al verlo de nuevo parado en la acera, como todos los días. ¿Podría seguir todo normal después de la noche anterior?
Más por la curiosidad que por el deseo decidió tocar a su ventana y llamarla por su nombre, pero en menos tiempo del que necesitaba para preparar sus palabras, la cabellera dorada se descubrió bajo el marco rojo.

- Sólo quería saludarte antes de irme para el colegio – Fue lo primero que pudo pronunciar, sin ser conciente que era lo que todas las mañanas le decía.

- No sé cómo puedes venir después de lo que me hiciste. – respondió ella con voz tierna pero con el rostro serio. – Tienes mucha suerte porque mi mamá no está. Si te viera aquí tendrías que correr. ¿No te da pena? –

- Pero no entiendo porque les pareció tan horrible lo de anoche. Yo sólo quería hacer algo bonito contigo. ¿Acaso no es eso lo que hacen los novios? – inquirió él con el deseo de encontrar alguna explicación.

- Nosotros no somos novios –

- Pero ayer me dijiste que sí – reclamó Segundo levantando la voz.

- Pues yo no me acuerdo – dijo ella con un tono fuerte extraño a su apariencia.
- De todas formas lo de anoche no debió haber pasado. No está bien que una niña de diez años y un niño de once estén haciendo eso -

- Pero si a mi mamá le encanta cuando mi papá le trae serenatas, no entiendo porqué a ti no te gustó – exclamó él cuando ya algunas lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.

- No sé si me gustó… pero igual no estuvo bien –

- Bueno. Pero no te pongas brava conmigo – rogó en búsqueda de perdón.

- Es mejor que no regreses – dijo la niña antes de cerrar su ventana roja de manera obstinada.

Segundo no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque su corazón destrozado obstruía las palabras, pudo gritarle.

- ¡VOLVERÉ! -
*****
A pesar de presentir las consecuencias de mi error, sé que debía venir a la casa de enfrente para ver la niña del pelo dorado.

Esos enormes ojos, los más grandes que he visto, escondidos tras un mechón dorado, una vez más me observan de la misma forma como lo hacían aquellos días en que ella me truncaba la ilusión de tenerla.

- Aún no comprendo porqué me estás dejando – Es lo que digo con el fin de poder escudriñar sus sentimientos en busca de misericordia.

Ella, apoya sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, me replica con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.

- Tercero, es mejor que no te vuelva a ver. Tienes que entender que decidí no seguir tu camino. Simplemente quiero ser feliz al lado de quien yo decidí amar. –

Siento que muero, siento la angustia de quienes mueren con las ilusiones postergadas. Deseo el llanto, pero como nadie me ha enseñado a vivir muerto, descubro que los muertos, ni siquiera en vida, tenemos la posibilidad de acompañarnos con nuestras lágrimas.

Yo no quiero comprender lo ocurrido. Al final, aunque mi corazón destrozado obstruye mis palabras, le grito.

- ¡VOLVERÉ! –
*****
- Quizás te llegue a perdonar algún día en que estos enormes ojos, los más grandes que has visto, observen un corazón destrozado a ese lado de mi ventana de la misma forma como lo hicieron aquellos días en que te truncaba la ilusión de tenerme, – sentenciará la niña del pelo dorado con el corazón de Cuarto Vernaza en su mano, al tiempo que él guardará los ojos de ella en su bolsillo.

Seguido a la sentencia se posará en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpirá con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.
BOGOTÁ DC. MAYO/AGOSTO. 2007