miércoles, 26 de enero de 2011

LA MAGIA INDECIBLE

He dicho que no hay palabras que describan lo que Pablo Hermoso de Mendoza hizo el pasado domingo en la Santamaría de Bogotá. Así pues que lo que aquí digo es sólo tangencial, no profundiza, únicamente roza las márgenes de lo indecible y sigue de largo. En este relato los sentimientos han usurpado el lugar en el que se acostumbra poner letras y vocablos, pero al menos intento contar lo que lo rodea.


El rejoneo suele no llegarme del todo; poco lo entiendo y a veces siento que engaña al transportarnos más por su espectacularidad y su belleza que por su arte. Pero esa tarde Pablo Hermoso destruyó mi suspicacia. Ya con los primeros pases que hizo montado en “Curro”, me fui tragando las palabras. Ni siquiera hicieron falta las explicaciones de aquel amigo que solventa mi ignorancia sobre el rejoneo; no había necesidad de ser muy entendido ni muy técnico para sentir lo que en el ruedo estaba ocurriendo. Lo que vimos, y vivimos, fue ese espacio del arte en el que se desecha por completo la razón.


La ganadería de Ernesto Gutiérrez no tuvo la mejor tarde. Los dos toros que en suerte le tocaron a Pablo Hermoso estuvieron tardos y distraídos, pero para este grande no hubo obstáculo. Poco a poco los metió en la cola de sus caballos, los llevó al centro del ruedo con destreza y hasta los toreó adentro de las tablas cuando fue necesario. Los convenció de entrar en la danza y así ambos fueron de menos a más.


Al tercero de la tarde, lo lidió con pases que ya le conocíamos, como los quiebres y los naturales en redondo siempre templados; los rejones de castigo quedaron en lo alto y las banderillas quedaron bien puestas, aunque en este tercio, en dos o tres ocasiones, los pitones del toro alcanzaron al caballo y los estribos de su jinete. Finalmente el rejón de muerte, faltándole poco para quedar hundido hasta la empuñadura, fue suficiente para una muerte rápida. La segunda oreja fue otorgada por insistencia del público, pero una no hubiera sido injusta.


Para la lidia del sexto del encierro se agrava la insuficiencia de las palabras. Quizás pueda decir que todo fue magia. Otra vez quiebres y naturales en redondo, pero mejor ejecutados. Un temple que paralizaba el tiempo, no muy cerca, no muy lejos, no muy rápido, no muy lento. Sus caballos “Chenel” y “Silveti” mostraron su fantasía y lidiaron de costado, embebiendo al toro “de pecho a grupa” y cambiando de perfil en su rostro. Los rejones de castigo y las banderillas como siempre, en lo alto. Las banderillas cortas las puso a dos manos y más adelante “el teléfono” lo logró desde la montura. Apareció el legendario caballo “Pata Negra”, ese que venció la muerte en Madrid, y encantó con sus giros y piruetas al filo de los pitones.


Montado en “Pirata” para iniciar el último tercio, tuvo que hacer una pausa puesto que el público aplaudía de pie y gritaba “torero, torero”. En la primera oportunidad con el rejón de muerte dejó media estocada, pero en la segunda lo dejó hasta la empuñadura. El noble toro quiso seguir embistiendo aún herido de muerte, pero ésta le llegó rápido. Ahí todo fue más excepcional. Pablo Hermoso se agarró la cabeza y besó al toro, los espectadores de pie, aplaudían, agitaban pañuelos, gritaban, a César Rincón se le cortaba la voz por los micrófonos de RCN; yo sólo veía en cámara lenta.


No hubo duda en la presidencia al concederle dos orejas y por un momento el público pareció considerarlo suficiente. Pero tuvimos memoria: recordamos los giros, la templanza sin igual, el valor de los caballos, sus pases de costado, la entrega del rejoneador. Nos atrevimos entonces a lo impensable y volvimos a agitar los pañuelos y a gritar con más fuerza; algo faltaba. El paso de los segundos y de las imágenes de lo vivido, hicieron menos recóndito el galardón que no se entregaba hace 54 años en la Santamaría. Así fue, tres banderas blancas y una azul quedaron puestas sobre el balcón del presidente: una vuelta al ruedo para el toro, más por la emoción del momento, y dos orejas y rabo para el mejor rejoneador de la historia.


Sobra decir que lloré, justo como he visto llorar a mi padre en las tardes de toros inolvidables. Y jamás habrá ley que detenga lágrimas como estas.


Bogotá D.C., enero de 2011


Publicado en el periódico LA PATRIA de Manizales (Caldas) el 26 de enero de 2011.