miércoles, 24 de marzo de 2010

M(AG)ISTERIO

La primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre”, dijo alguna vez María Montessori; en sus palabras se entrevió que esta labor de educar es un misterio en toda su dimensión y complejidad, un misterio que exige de los maestros más espíritu que conocimiento, pues un maestro no debe revelar un sueño, debe revelar la senda para soñar. ¿Debería la educación jurídica volver a las palabras de Montessori? ¿Cuánto de maestros tienen quienes hoy hacen de tales en las facultades de derecho?


Entre los Papeles inesperados de un maestro, Julio Cortázar, se descubrió un texto, una misiva dirigida al magisterio argentino que hablaba de la Esencia y misión del maestro. Cuenta allí que el maestro generalmente fracasa, en tanto se torna rutinario, se abandona a lo cotidiano, reduce su labor a la simple exigencia de los programas y su máximo rigor no es más que para el cuidado de la conducta y la disciplina de sus alumnos. Para él este individuo era un “maestro correcto”, “un mecanismo de relojería, limpio y brillante, pero sometido a la servil condición de toda máquina”


Cortázar encontraba que el fracaso de tantos maestros obedecía a la “carencia de una verdadera cultura, de una cultura que no se apoye en el mero acopio de elementos intelectuales”. La cultura del maestro no es sólo intelecto, como se ha hecho creer, sobre todo, en el espacio de la abogacía; ser culto, si bien es colmarse con el conocimiento de una disciplina, es “también emocionarse con una música o un cuadro, o descubrir el íntimo secreto de un verso de un niño”, es también sorprenderse de la creatividad del discípulo y reconocerlo como refutación. Se lee allí que la esencia del maestro no se funda en un cosa (conocimiento), se funda en una visión en la que el mundo se ofrece con su máxima amplitud.


Para Cortázar, la razón de tantos fracasos se halla en el debilitamiento de la moral y en el olvido de lo sagrado que es ser maestro. Aquellos que se hicieron (o se harán) llamar maestros sin reflexionar más allá del prestigio y de la retribución económica “son ya fracasados y nada podrá salvarlos sino un gran arrepentimiento”. Un maestro, más cuando lo es en el derecho, no debe ser “un maestro correcto” que sólo transfiere conocimientos y técnicas, el magisterio jurídico debe instar al discernimiento de lo justo, de lo ético y de lo estético, debe alentar en sus discípulos las ansias por la verdad, por la creatividad y por los sueños.


Ser el “maestro correcto”, el inculto que se ciñe a que ninguna oveja abandone el rebaño de la repetición técnica y cognitiva, es lo fácil, es el camino que no exige sudores ni dolores; para dejar atrás esta tentación, este fantasma, la labor del maestro debe ser un sacrifico para enseñar a volar y para soportar la amenaza de dejar a un discípulo en libertad. Más que sus conocimientos es su sacrificio el que el maestro debe transmitir, pues así sus discípulos comprenderán que, en esta realidad descomunal, su verdad, sus creaciones y sus sueños sólo tendrán cabida y sentido por el camino difícil que sí exigirá renuncias y riesgos.


“… en el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en una horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrifico o con la muerte…”. (Cortázar, Julio. Esencia y misión del maestro).


Bogotá D.C., marzo de 2010


(Publicado en el periódico FORO JAVERIANO. I Trimestre 2010. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. Bogotá DC)