miércoles, 25 de marzo de 2009

LIDERMIENTO Y EMPRENDERAZGO

Si quisiera elegir por donde empezar, hablaría de un amigo jesuita que me demostró que “un líder es aquél que ni siquiera sabe que lo es”, pero mejor voy iniciar con la ocasión en la que oí al filósofo Guillermo Hoyos Vásquez manifestar su preocupación, por cómo el fenómeno del liderazgo nos ha venido trayendo hasta un estado donde muchas personas se creen caciques y muy pocas están dispuestas a ser indios. Allí, en parte comprendí ese malestar que desde tiempo atrás siento por todos los que me dicen que debo explotar mis “cualidades innatas” de líder, por todo conferencista que me exhorta a conocer los doce pasos para ser “el líder de los líderes” (que me suena como a ser el “papá de los amores, ¡oa!”) y hasta por los libros que a un lado de las cajas registradoras exponen títulos tan concretos y metafóricos como: “Madera de líder” (Puig, 2004), “Qué hacen los líderes para obtener los mejores resultados” (Baldoni, 2008) y “El club del liderazgo” (Cubeiro & Sainz, 2005).


Manizales me ha enseñado desde niño dos cosas: a amarla, pero sobretodo a desconfiar de todo aquel que se presente, o sea presentado, como líder o emprendedor. ¿Qué hay más risible que un joven, o un viejo de ‘blue jeans’ y tenis, que mientras afirma su presunta capacidad de emprender y liderar, no hace otra cosa que aceptar precisamente su debilidad y su falta?


No quiero arremeter contra el emprendimiento y el liderazgo, sino que mi interés es evidenciar sus remedos, sus imágenes arbitrariamente distorsionadas que se han venido abriendo paso en nuestro país, especialmente en Caldas y Manizales, esas que denomino lidermiento y emprenderazgo, esas cuyos avezados pregoneros recorren nuestras calles, o especialmente nuestras universidades, portando blancas camisetas, emotivas manillas y patrióticas banderitas.


Estos liderdedores y estos emprénderes, son cómicos porque dicen que la sola inteligencia y la simple ambición se traducen en un éxito perdurable; son peligrosos porque sólo persiguen entregarse a las cámaras para publicitar su fama; son cínicos porque su discurso de beneficio regional es el escudo de sus utilidades personales; son ingenuos porque creen que pueden salir a ganar batallas con espadas prestadas por el propio enemigo. Son hipócritas porque aseguran que con buenas noticias, en periódicos y sitios en Internet, recuperaremos la confianza en nosotros mismos y en nuestro departamento, cuando lo que hacen es evadir secretos que tantos colombianos y caldenses acallados, por la fuerza y la exclusión, guardan en sus bocas cerradas. Son ególatras porque ven en el liderazgo y en el emprendimiento un suceso de “grandes hombres y mujeres”, como de una especie de elegidos, ignorando que ambos valores, más que actos a los que se llega con pasos preestablecidas, son una forma de vivir que deviene de la humillación del corazón más que del cálculo de la razón, son cualidades siempre inacabadas, son estados que hasta el más común de los mortales es capaz de alcanzar, sin dinero, sin apellidos, sin educación, e incluso sin contarle a nadie lo excelente líder o emprendedor que es.


Así pues, seguro dando fe del lavado de cerebro, o mejor, del lavado de corazón al que me han sometido algunos jesuitas desde hace tiempo, he arribado a una hipótesis: en Caldas los que hemos llegado a creer en la fantasía del lidermiento y del emprenderazgo, medianamente hemos querido conocernos a nosotros mismos, descubrir nuestra luz y aceptar nuestra penumbra; medianamente hemos sido ingeniosos y escasa virtud hemos tenido a la hora innovar, más si se tiene en cuenta que hemos venido siendo los segundos en materia de desempleo casi los mismos años que hemos estado hablando de emprenderazgo; pero las faltas más grandes han sido la inexistente inclinación hacia el amor y el heroísmo, pues por estas tierras pocos son los líderes y emprendedores que le ofrecerían al otro hasta la propia vida, y pocos los dispuestos a defender sus ideas hasta morir por ellas; incluso quienes ya lo han hecho desaparecen en el olvido.


En el futuro de Caldas sólo parece divisarse de nuevo el comienzo, encerrados una historia circular en la que nada ni nadie cambia, una en la que esta columna se reescribe y se vuelve a leer, una en la que, como lo diría Estanislao Zuleta, nuestro pueblo, al ser incapaz de organizar una esperanza razonable que se traduzca en una fuerza creciente, termina por confiar en el delirio de que va a llegar alguien y se va a transformar el mundo. Pero deseo con todas mis fuerzas equivocarme, porque guardo una verdadera esperanza emprendedora, la misma de Paul, John, George y Ringo: “All you need is love”.


En memoria de Orlando Sierra, un verdadero líder y emprendedor de Caldas.


Bogotá D.C. Marzo de 2009


(Periódico LA PATRIA. 24 de Marzo de 2009. Manizales - Caldas. Ver en: www.lapatria.com)

sábado, 21 de marzo de 2009

CONMEMORACIÓN DEL GRAN CRONOPIO

Algunos argentinos se reunieron en una de las avenidas de Buenos Aires para jugar a la rayuela al ritmo del jazz. Este hecho no sólo hace memoria de la vida y obra de uno de los escritores latinoamericanos más influyentes del siglo XX, sino que nos demuestra una vez más que lo fantástico es real.


Creí haber soñado que la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires estaba adornada con coloridas rayuelas y que muchos de los transeúntes jugaban como niños sobre el asfalto, tirando su piedra y saltando con un pie mientras el otro yacía en el aire para soportar la risa. Creí incluso haber soñado que para toda esa lúdica fantástica se había destinado un fondo musical, donde saxofonistas vestidos de blanco interpretaban los compases que mágicamente se extienden en el Bebop de Charlie Parker.


Esa fiesta que creí un sueño, me recordó a un latinoamericano que se consideraba ajeno al telurismo aldeano, a la histeria patriotera, por considerarlo como el preámbulo del negativo nacionalismo que se obstina en exaltar los “valores de la nación” sobre los valores sin adjetivos; un latinoamericano que aseveró que “la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”; un latinoamericano que estaba convencido que eran los libros los que debían culminar en la realidad y no ésta en aquéllos; un latinoamericano que creyó nunca escribir con apriorismos para minorías o mayorías, pero que aseguró hacerlo con una intencionalidad que apuntaba a “esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro”; un latinoamericano que sentenció que la literatura debe participar obligatoria y responsablemente en la historia, siendo al menos testigo de ésta; un latinoamericano para quien la contemplación y la creación estéticas sin otro fin que el placer, no se justificaban éticamente teniendo en cuenta los problemas vitales de los pueblos.


Lo que creí un sueño, me recordó a un escritor para quien lo fantástico no fue lo sobrenatural o paranormal, sino un intersticio de lo que se cree determinado y delimitado, por el cual, en cualquier momento, se cuelan elementos inexplicables por la inteligencia razonante, por las leyes, por la lógica, o por la causalidad del tiempo y del espacio; una escritor que demostró que lo fantástico era un paréntesis, una percepción de lo real que desplaza la habitualidad de la razón y la forma de vivir desde Aristóteles.


Lo que creí onírico me recordó a un cuentista cuya visión de lo fantástico retó a Kant, debido a su inversión y polarización valorativa, toda vez que al comprobar su arbitrariedad, su fragilidad y su particularidad, puso en evidencia la falacia de los “universales” estáticos y completos, la falacia de la “gran costumbre”, demostrando así que la máxima que acepta que la condición de posibilidad de la realidad es la posibilidad de nuestro conocimiento, debe invertirse a raíz de la percepción fantástica, pues en ésta, dada la condición de imposibilidad de la realidad, se arriba siempre a la imposibilidad de nuestro conocimiento. Lo que creí onírico me recordó a un cuentista que demostró que lo fantástico era lo que para Slavoj Zizek se encarna en el “síntoma”: una elemento particular que subvierte su propio fundamento universal, una especie que subvierte su propio género, una excepción que rompe con la unidad de lo que se cree real y que deja al descubierto su falsedad.


Ese juego mágico que creí un sueño, me recordó a un cronopio que dentro de la literatura vio al cuento como el vehículo y la casa natural de lo fantástico; un cronopio que entendió al jazz y al tango como formas de narración marginada, que son excepción y subversión de la narración de lo que se cree real, de lo habitual, de lo universal, de lo que él mismo denominó “gran costumbre”; un cronopio que definió los cronopios como sujetos que no se dejan definir, sujetos que una vez se comienza a describirlos “ya ellos te han quitado la silla”, sujetos cuyas conductas se asimilan “a la del poeta, la del asocial, la de la gente que vive al margen de las cosas”; un cronopio que insinuó que quien vive y pregona la hegemonía de la “gran costumbre” es un fama; un cronopio que aún nos habla siempre que se lea sin pasividad; un cronopio que creía que el azar hacía mejor las cosas que la lógica; un cronopio que nunca aceptó las cosas como dadas, sino que creyó que en cada una empezaba “un itinerario misterioso”; un cronopio que escribió “Rayuela”; un cronopio que sólo tres meses después pudo volver a acompañar a su Osita en su viaje solitario; un cronopio que, según lo escribió Cristina Peri Rossi al saber de su muerte, “con la certeza de quien siempre estuvo del otro lado del espejo” sabía que no moriría.


Ese juego fantástico que creí un sueño, fue real, no lo soñé y sucedió en memoria de Julio Cortázar transcurridos veinticinco años desde ese 12 de Febrero de 1984, el día de su muerte.

Bogotá D.C., Marzo de 2009


(Periódico FORO JAVERIANO. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. I Trimestre 2009. Bogotá D.C.)

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miércoles, 11 de marzo de 2009

UNA VOZ

En una época ya lejana, cercana para los optimistas que aún así lo prefieren ver, la opinión caldense era pilar fundamental del direccionamiento de las políticas nacionales. Grandes pensadores, esos mismos que hoy vemos en la distancia temporal, alcanzaban a imponer algunas decisiones de la misma manera como lograban disuadir el derrumbamiento de otras. Hoy, de ellos, además de unas cuantas avenidas que llevan sus nombres, tan sólo nos han quedado palabras que se ven allá empolvadas a lo lejos del tiempo, tan distantes, que algunos a veces creemos que nacieron no sólo en otras épocas, sino en otras tierras. Tristemente al consumirse el tiempo, Caldas pasó a ser un departamento como cualquier otro de esta paradójica nación, una región donde se vive de la conformidad, de esa misma que sigue nombrando a Manizales como el mejor “vividero”; una región donde se parece vivir de una esperanza postergada, de una ilusión que hemos puesto en manos de la voluntad de unos pocos que día a día nos defraudan. Lo más angustioso es ver como toda una generación, a la que pertenezco, nació en un Caldas sin voz, en una tierra que perdió la palabra, porque con ellos se la llevaron caldenses como Gilberto Alzate, Otto Morales y Bernardo Jaramillo; esos mismos que nos enseñaron a adueñarnos de nuestra voz, esos que con ímpetu, desde sus radicales extremos políticos, no se dejaron nunca arrebatar sus palabras.


El error ha sido de una generación censurada que prefiere mantenerse alejada del discurso. En los tiempos que corren, vemos una sociedad caldense más adormecida que despabilada, una que parece haberse sentado a esperar a que las soluciones vengan de un cercano pero ajeno centro, y a que la voz sea tomada por unos embusteros domésticos, quienes mostrándose como una “nueva renovación”, no son más que otra de las hegemonías corruptas que parecen inmanentes a nuestra tierra. Hoy, y para nadie es secreto, existe una juventud en su mayoría perezosa frente a los temas regionales que exigen nuevas y buenas ideas. A Manizales se le pasa el tiempo siendo la “Ciudad Universitaria” de los universitarios mudos, de los universitarios politiqueros que por su juventud se creen más honorables, y de los universitarios que aún creen que con la típica protesta de marcha y papabomba, se puede conmover una sociedad no sólo inerte, sino enceguecida con lo intrascendente y ensordecida con males tan profundos como la migración, el estancamiento y el desempleo.


Es injusto dejar de destacar gestiones que las nuevas generaciones del departamento han hecho realidad, pero prefiero mi terquedad para creer que nada ha sido suficiente, porque sólo así esta voz llegará a corazones callados pero indómitos, a corazones dispuestos a tomarse los espacios necesarios para exponer y hacer oír las voces propias, a corazones decididos a arrebatarle la palabra a quienes nos engañaron con su quimérica renovación política y social.


Cuando pienso en que la voz de Caldas ha sido tomada por dueños indeseables, recuerdo lo asombroso que ha sido el fenómeno generado por Sergio Fajardo en el seno de la juventud manizaleña. Me considero un admirador suyo, pero veo con preocupación la posibilidad de que el discurso provocador que en sí mismo encarna, sea cooptado por quienes durante tanto tiempo, más de lo que tengo de vida, han retenido el poder de la palabra para su beneficio. Temo que toda esa energía de dichos jóvenes pueda terminar desgastándose al servicio de quienes en la región se oponen al cambio estructural, aquellos que siempre han estado dispuestos a montarse en el bus de los ganadores, tan sólo con el fin de aprovecharse de otra imagen fresca que les habrá de facilitar el discurso que requiere su malintencionado objetivo: la conservación de su poder económico y político en detrimento del avance de la región. Ojalá este grupo de jóvenes, la mayoría de ellos autoproclamados como emprendedores, no caiga en otra de las trampas engañosas que esta indeseada clase social les ha sabido tender; ojalá comprendan que para la región, el emprendimiento verdadero no puede patrocinarse desde el sector que menos quiere ver amenazados sus balances económicos y electorales, simplemente porque el emprendimiento real debe ser en sí mismo desestabilizador y renovador.


Los caldenses de hoy somos una generación sin voz a la que las palabras de los brillantes antepasados se nos empolvaron en la mente y se nos atascaron en la garganta, es hora, más que de retomar esas ideas del pasado de Caldas, de volver a imaginar y a pregonar sueños. Es posible volver a poner la voz del departamento en su lugar, encaminarla hacia la justicia y el progreso, pero esta vez debe hacerse con la voluntad de una generación decidida a edificar una verdadera visión de lo que siempre debimos ser, una extraordinaria región resuelta a no enmudecer.

BOGOTÁ D.C., FEBRERO DE 2009

(Periódico LA PATRIA. 14 de Febrero de 2009. Manizales - Caldas.)