sábado, 21 de marzo de 2009

CONMEMORACIÓN DEL GRAN CRONOPIO

Algunos argentinos se reunieron en una de las avenidas de Buenos Aires para jugar a la rayuela al ritmo del jazz. Este hecho no sólo hace memoria de la vida y obra de uno de los escritores latinoamericanos más influyentes del siglo XX, sino que nos demuestra una vez más que lo fantástico es real.


Creí haber soñado que la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires estaba adornada con coloridas rayuelas y que muchos de los transeúntes jugaban como niños sobre el asfalto, tirando su piedra y saltando con un pie mientras el otro yacía en el aire para soportar la risa. Creí incluso haber soñado que para toda esa lúdica fantástica se había destinado un fondo musical, donde saxofonistas vestidos de blanco interpretaban los compases que mágicamente se extienden en el Bebop de Charlie Parker.


Esa fiesta que creí un sueño, me recordó a un latinoamericano que se consideraba ajeno al telurismo aldeano, a la histeria patriotera, por considerarlo como el preámbulo del negativo nacionalismo que se obstina en exaltar los “valores de la nación” sobre los valores sin adjetivos; un latinoamericano que aseveró que “la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre”; un latinoamericano que estaba convencido que eran los libros los que debían culminar en la realidad y no ésta en aquéllos; un latinoamericano que creyó nunca escribir con apriorismos para minorías o mayorías, pero que aseguró hacerlo con una intencionalidad que apuntaba a “esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro”; un latinoamericano que sentenció que la literatura debe participar obligatoria y responsablemente en la historia, siendo al menos testigo de ésta; un latinoamericano para quien la contemplación y la creación estéticas sin otro fin que el placer, no se justificaban éticamente teniendo en cuenta los problemas vitales de los pueblos.


Lo que creí un sueño, me recordó a un escritor para quien lo fantástico no fue lo sobrenatural o paranormal, sino un intersticio de lo que se cree determinado y delimitado, por el cual, en cualquier momento, se cuelan elementos inexplicables por la inteligencia razonante, por las leyes, por la lógica, o por la causalidad del tiempo y del espacio; una escritor que demostró que lo fantástico era un paréntesis, una percepción de lo real que desplaza la habitualidad de la razón y la forma de vivir desde Aristóteles.


Lo que creí onírico me recordó a un cuentista cuya visión de lo fantástico retó a Kant, debido a su inversión y polarización valorativa, toda vez que al comprobar su arbitrariedad, su fragilidad y su particularidad, puso en evidencia la falacia de los “universales” estáticos y completos, la falacia de la “gran costumbre”, demostrando así que la máxima que acepta que la condición de posibilidad de la realidad es la posibilidad de nuestro conocimiento, debe invertirse a raíz de la percepción fantástica, pues en ésta, dada la condición de imposibilidad de la realidad, se arriba siempre a la imposibilidad de nuestro conocimiento. Lo que creí onírico me recordó a un cuentista que demostró que lo fantástico era lo que para Slavoj Zizek se encarna en el “síntoma”: una elemento particular que subvierte su propio fundamento universal, una especie que subvierte su propio género, una excepción que rompe con la unidad de lo que se cree real y que deja al descubierto su falsedad.


Ese juego mágico que creí un sueño, me recordó a un cronopio que dentro de la literatura vio al cuento como el vehículo y la casa natural de lo fantástico; un cronopio que entendió al jazz y al tango como formas de narración marginada, que son excepción y subversión de la narración de lo que se cree real, de lo habitual, de lo universal, de lo que él mismo denominó “gran costumbre”; un cronopio que definió los cronopios como sujetos que no se dejan definir, sujetos que una vez se comienza a describirlos “ya ellos te han quitado la silla”, sujetos cuyas conductas se asimilan “a la del poeta, la del asocial, la de la gente que vive al margen de las cosas”; un cronopio que insinuó que quien vive y pregona la hegemonía de la “gran costumbre” es un fama; un cronopio que aún nos habla siempre que se lea sin pasividad; un cronopio que creía que el azar hacía mejor las cosas que la lógica; un cronopio que nunca aceptó las cosas como dadas, sino que creyó que en cada una empezaba “un itinerario misterioso”; un cronopio que escribió “Rayuela”; un cronopio que sólo tres meses después pudo volver a acompañar a su Osita en su viaje solitario; un cronopio que, según lo escribió Cristina Peri Rossi al saber de su muerte, “con la certeza de quien siempre estuvo del otro lado del espejo” sabía que no moriría.


Ese juego fantástico que creí un sueño, fue real, no lo soñé y sucedió en memoria de Julio Cortázar transcurridos veinticinco años desde ese 12 de Febrero de 1984, el día de su muerte.

Bogotá D.C., Marzo de 2009


(Periódico FORO JAVERIANO. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. I Trimestre 2009. Bogotá D.C.)

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1 comentario:

Natalia-DV dijo...

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