jueves, 3 de junio de 2010

LADERAS OCULTAS

Don E sólo sonríe cuando pasa por las espalda de la Catedral, caminando por ese estrecho pasaje que es la 23. Dice que allí el olor del pan recién salido del horno lo estremece y el aroma del tinto tostado lo hace devolver en el tiempo. En ese momento del día es que sonríe, se echa una bendición, da gracias por lo fue, pide por lo que no ha sido y ya no sonríe más. El resto del día se lo camina serio, abstraído, pensando en cómo se las ingenia para vender sus tirados de panela por el bien de su familia.

Desde hace días, mientras atraviesa toda la Avenida Santander intentando vender, anda intranquilo por una razón más: ya no es la falta de plata, es la inseguridad. Le preocupa que ahora tiene que hacer más ágiles sus pasos porque cuenta con menos horas para su labor; pareciera que los criminales le han arrebatado el mismísimo tiempo.

Antes él regresaba a las nueve o diez de la noche a su casa, pero ahora debe procurar no dejarse coger la tarde; desde hace tiempo un grupo de personas optó por asesinar o amedrentar todo aquel que camine por las calles de su barrio a altas horas de la noche. Dice que esa gente tiene sus negocios y por eso mantiene el control de la zona; dictan la forma de vivir a través del terror que infundan con asesinatos, extorsiones y panfletos que amenazan desde indigentes hasta líderes comunales.

El incremento de bandas criminales ha sido constante en los últimos cuatro años, incluso en las ciudades, y Manizales no debe haber sido la excepción; pero ¿cómo indagar por el impacto que han tenido en la ciudad cuando las autoridades no pueden ingresar a sus zonas de influencia, cuando los ciudadanos no denuncian por miedo y cuando esta renovada dinámica criminal no es de fácil registro?

Me cuenta Don E que a veces le da rabia; detesta la manera como los manizaleños piensan en la seguridad. Dice que cuando un habitante del común ve un policía en las avenidas principales, queda convencido de la normalidad y de la paz de los sectores más excluidos y apartados. Un CAI en La Francia, en Palermo, en El Cable, en Chipre, hace olvidar que en Manizales existen barrios donde la policía no puede ni entrar por que allí gobierna la criminalidad.

Cuando oigo a Don E, pienso que Manizales se quedó en una seguridad que apunta a una tranquilidad fugaz y exclusiva para quienes pueden disfrutarla, una tranquilidad que sólo engaña el miedo y alimenta la fantasía del “buen vividero” que tanto repetimos. Es la estrategia de seguridad que olvida que la lucha contra la criminalidad no es sólo persecución del delito, sino también defensa de la dignidad humana. La coerción debe ir de la mano con la prevención y la solidaridad, pero cómo pensar en éstas cuando no aceptamos lo que hay prevenir ni con lo que debemos solidarizarnos.

La ciudad ha segregado la violencia y la pobreza a las laderas que están fuera de la vista, para que el resto de la ciudad no las note y así no se incomode. Quienes sí podemos disfrutar de la tranquilidad poco indagamos por la suerte de estas zonas afligidas y preferimos ni hablar de ellas. No hay quien narre el desplazamiento urbano en el que las personas huyen de la violencia o de la falta de vivienda digna en busca de otros barrios.

A Don E le molesta que se niegue el terror presente en la ciudad y que haya personas, fuera de los criminales, que sacan provecho de la violencia. Los homicidios en Manizales, en lo que va del año, han aumentado 25%. ¿Cuánto debe esperar Don E para que la sociedad mire hacia las laderas abandonadas a la suerte del crimen? ¿Cuánto para que la autoridades le apuesten a una estrategia íntegra y no a fiascos como el de Manizales Segura, con corruptelas y al mando de personas que, como se dijo, se benefician de todo esto? ¿Cuánto al menos para que la ciudad comience a hablar de su violencia y a aceptarla?

Ya Don E se va, seguirá su caminata rutinaria por el centro y la Santander. Me deja, y veo que su preocupación no abandona su cara; seguro en sus tirados carga una esperanza, pero esta noche, en su barrio de las laderas ocultas, a lo mejor lo espera una muerte que toda una ciudad no quiere ver.

Bogotá D.C., mayo de 2010

(Publicado en el periódico LA PATRIA, el 1º de junio de 2010. Manizales, Caldas)

BIENVENIDA LA VIEJA POLÍTICA

Quería hacer un artículo serio, pero me advirtieron que tenía que ser picaresco y chistoso. Sentí entonces que debía montarme en la nueva ola: escribir como todos esos que se creen Samper Ospina; es algo como pasar de ser un alfredomolanito a ser un samperospinito, es decir, quitarme la mochila para pasar a ser un joven del Campestre o del Moderno con buena escritura, que dice promover el cambio desde las letras, pero eso sí, con humor para no incomodar y no incomodarse. Vamos a ver cómo me va, espero que no me vaya muy bien.

Dicen por todos los medios y de todas las formas que hay que darle oportunidades a los jóvenes en la política porque ellos conservan la pureza del Divino Niño y no tienen los vicios de las viejas formas. Según dicen, un joven no persigue contratos para amigos costeños y, como viven sin plata, lo de la tejas y lo de los mercados se les va en fotocopias y por eso no pueden esperar que la capital del país elija a su hermanito bobo como alcalde.

Dicen que un joven, por ser joven, es sano y no espera “unir esfuerzos (burocráticos) con el gobierno”, y eso es cierto, por eso no debemos dejarnos engañar por lo que dice la gente sobre Vargas Lleras y sobre Andrés Felipe Arias. No nos dejemos llevar, no seamos injustos con estos jóvenes políticos del país, ellos dos no son así: Vargas y Arias no son jóvenes. Por más que las pataletas de quinceañera del primero y la minoría de edad del segundo nos lleven a creer lo contrario, es evidente que Vargas, por su voz, ya no está para cantar con los niños cantores y que el niño Arias tiene pensamiento no de viejo verde sino de viejo azul, tan viejo y tan azul como un Ómar Yepes o un Roberto Gerlein.

Un amigo con más tiempo en la política me lo advirtió y yo no hice caso. Tuve que sufrirlo en carne propia para entender que si bien los jóvenes no tienen los vicios de la vieja política, a excepción de la marihuana, tienen otros más tenebrosos y dañinos. Los jóvenes políticos se comportan como presidenticos y eso los hace igual de calculadores, egocéntricos y celosos, pero más patéticos aún, pues su mayor logro es que el jefe del partido los salude, se aprenda sus nombres o se tomen un foto con él.

Generalmente, dentro de la dinámica de un partido, un joven no busca puestos, en plural, busca es puesto, para él, y hasta se los inventan. Y ojalá fuera un puesto para gestionar sus oscuros intereses particulares, pero no, es sólo para poder tener un título antes de su nombre, para engordar la hoja de vida cuando busca puesto de patinador o de monitor de clase, o, cuando es hombre, para descrestar niñas los fines de semana diciéndoles que es sub-vice-coordinador-local-de-juventudes del partido o secretario-del-asistente-del-asesor-del-concejal.

Si se quiere observar mejor a uno de estos pececitos políticos en su agua, es interesante remitirnos a cualquier tipo de elección que surja entre jóvenes. Hablemos por ejemplo de la elección de representante de estudiantes en la universidad. Lo principal que hay que decir es que los jóvenes se toman estas elecciones muy en serio, tan en serio que los candidatos, en un foro, se sienten en el estudio de Caracol como si los vieran millones de personas, cuando están solos y a nadie le importa si están de acuerdo o no con la invasión a Ecuador.

Los jóvenes candidatos dicen estudiar mucho tiempo para sus propuestas, sabiendo que éstas las puede proponer cualquiera con una carta dirigida al consejo directivo de la universidad. Los candidatos nombran comités de campaña y a hasta el gabinete con sus amigos, y eso no está mal, lo triste es que haya alguien dispuesto a seguirle la corriente. ¿Lo ven? sea cual sea la campaña, un joven siempre está buscando un cargo para conquistar niñas.

Mientras un personero en el colegio propone piscinas, canchas, papel higiénico, un representante de estudiantes en la universidad propone piscinas, canchas, papel higiénico; de vez en cuando, en un desborde de infinita creatividad, proponen sobre el requisito del inglés, sobre los preparatorios de derecho, sobre los grupos de investigación, sobre el consultorio jurídico: ¡puro populismo! ¡Digna representación de la vieja política! No importa que los profesores no cumplan el reglamento, no importa que la forma de enseñarnos sea retrógrada y mecánica; no, eso no importa, eso no da votos y, además, meternos en esos temas puede provocar la revocatoria o, en el peor de los casos, una revolución universitaria en la que el representante de los estudiantes será el primero en pasar a la guillotina.

Los estudiantes saben que esta forma de hacer política universitaria es inútil y precaria, pero cómo matar la gallina que da huevos, cómo acabar con lo que da réditos tan fácil. Muchos jóvenes políticos están dispuestos a hacer lo que sea por poder, creen que un puesto llenará el vacío de su personalidad, o acabará con sus años de verano. Por eso unos dan prebendas por votos (un saludo, un piquito, una cerveza, un abrazo, porque no hay plata para más), otros simplemente se roban la elección, y allí sí que hay creatividad, como por ejemplo usurpar los BlackBerry de la gente para efectuar el voto en una elección virtual.

Si esta es la cara joven de la política, bienvenida sea la vieja.

Bogotá D.C., mayo de 2010

(Publicado en el periódico FORO JAVERIANO. II Trimestre 2010. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. Bogotá DC)