lunes, 20 de abril de 2009

LOS ORÁCULOS DE LA MORAL

Societies think they operate by something called morality. But they don’t. They operate by something called law (…) The question is never “was it wrong”, but “was it legal”.


(Extracto de la película “The Reader”. Dirigida por Stephen Daldry y escrita por David Hare. Basada en el libro “Der Vorleser” de Bernhard Schlink)


Escribo en primera persona, no por vanidad, no por codicia, más para hablar como hijo de la misma tierra de tantos. No escribo fechas, porque aspiro a que las letras no queden aprisionadas en el tiempo, puesto que son ellas oportunas para cualquier edad de esta orilla del Atlántico; no escribo nombres, porque deseo que las ideas no se entiendan como frutos de pasiones coyunturales, puesto que sólo son parte de una forma de percibir toda una realidad descomunal, el universo latinoamericano.


Hablo de Latinoamérica antes de entrar en el terreno colombiano, más por poner de presente que este rincón, encerrado por ambos océanos, no es más que un reflejo de todo un pueblo latino que en vano pretende explicarse, debido a la razón con la que aborda la irracionalidad de su escenario y sus actores.


Colombia, un país como tantos de esos a los que el mundo prefiere aproximarse mediante sus televisores y no mediante los testimonios mismos de las palabras y las letras, es una nación de historia convulsiva que pervive en razón de una violencia estructural e inmanente a su transcurrir, una violencia que se perpetúa incólume aun cuando cada cierta época los actores pretenden mostrarla como una distinta, aun cuando los violentos cambian de nominación y aun cuando se busca disfrazarla con otros atuendos para ocultar que sus causas han sido las mismas desde siempre.


Pero ahondar en el tema de una violencia que nos desborda, es pretencioso y hasta irresponsable si se hace de una forma somera, más bien prefiero, en esta ocasión, escribir acerca de un espacio común al que la gran mayoría de los colombianos hemos arribado como consecuencia de habernos acostumbrado, incluso de haber tolerado, la dinámica de un conflicto que día a día influye sobre más generaciones. Este espacio común que señalo, es lo que algunos han sabido denominar como la “crisis de la moral” que ha determinado el ámbito de la política colombiana. No obstante son pocos los que se han arriesgado a analizar dicha crisis axiológica desde el punto de vista del ciudadano, quien, se olvida, es otro actor del sistema político, uno que a diario es sometido a los avatares del conflicto, bien sea directa o indirectamente.


Al momento de aproximarse a la actividad política del ciudadano, se constata que su capacidad de valoración se encuentra, en primer lugar, determinada por lo que en el ordenamiento jurídico se expone como legal o ilegal, dando paso a una moral restringida que entiende como bueno lo que se reconoce conforme al derecho, y como malo, lo que lo contraviene, dando por contado que los sistemas jurídicos actuales abarcan en sí mismos los valores propios de la moral social. Algunos políticos y sociólogos han venido denunciándolo, han venido analizándolo y parecen haber coincidido en su conclusión de que el ser humano posmoderno, hijo de la revolución individualista y liberal, le teme a su propia libertad, a su capacidad de discernir entre lo que es bueno y lo que no lo es. En este sentido, Erich Frömm, psicoanalista alemán, señaló en alguna ocasión que aun cuando la libertad le había proporcionado independencia y racionalidad al hombre, ésta lo había aislado y, por lo tanto, lo había tornado ansioso e impotente. En este orden de ideas, para él dicho aislamiento resultaba insoportable para el individuo, llevándolo hacia la alternativa de rehuir la responsabilidad de esta libertad. (FROMM, Erich. “El miedo a la libertad”)


Esta moral restringida, esta “crisis de la moral” evidenciada en el actuar político de la sociedad civil colombiana, y hasta latinoamericana, pareciera partir del pánico producido en el hombre el hecho de sentirse libre y capaz de decidir, pero sobretodo de la eventualidad de sentirse responsable por lo que pueda concluir y por lo que haga con ello. Así pues, para el ciudadano resulta de mayor goce acudir a los ordenamientos jurídicos con el fin de hallar respuestas a sus dilemas axiológicos, debido a su resistencia de develar por sí mismo la naturaleza benévola o maligna del acontecer político cotidiano. Dentro de este panorama, aún atendiendo a que los sistemas de derecho pueden no compilar las consideraciones morales de la sociedad, los ciudadanos prefieren tomarlos como oráculos de la virtud.


No siendo suficiente lo anterior, en Colombia, incluso en Latinoamérica, hemos llegado a un estadio más problemático, puesto que hemos tolerado no sólo que las consideraciones morales se tomen en consonancia con el ordenamiento jurídico, enarbolando la premisa de que está permitida toda política que no esté prohibida, sino que, yendo más allá, hemos optado porque las determinaciones valorativas residan en el discurso de figuras mesiánicas. En otras palabras, hemos permitido, además, que la escala axiológica de las naciones sea decretada por gobiernos que así mismo se han mostrado como salvadores de una realidad. Para Colombia, y parte de Latinoamérica, ha resultado mucho más cómodo entregarle el discernimiento moral a unas figuras presidenciales autoritarias, puesto que mientras más se limiten las libertades menos necesidad hay de que la sociedad civil reflexione en torno a lo malo o lo bueno. De esta forma, como reacción de su miedo a su propia libertad, el ciudadano termina por atender como bueno todo aquello que el gobierno mesiánico designe como tal.


De esta forma es como se converge en la aceptación moral de la “seguridad democrática” en Colombia, o de la “revolución bolivariana” en Venezuela, por exponer otro ejemplo, puesto que no siendo valoradas por el ordenamiento jurídico, mucho menos son objeto del discernimiento axiológico de la sociedad civil, en la medida en que los gobiernos ya lo determinaron moralmente por ella. Así pues ante la “crisis de la moral”, ante el miedo a la libertad, para el ciudadano es más fácil reelegir que discernir; a lo mejor así es que podrá exculparse del futuro de su nación. Bien hizo García Márquez al recordarnos que "la independencia del domino español no nos puso a salvo de la demencia".

Bogotá D.C., Febrero de 2009


(Publicado en: Revista LOS DÍAS SIN ROSTRO. Marzo de 2009. Lima - Perú)