miércoles, 17 de noviembre de 2010

SIN NOMBRE (Y CON INVIERNO)

Helena:


Esta noche, me voy a derretir pensando en ti. Después, por la inclinación del suelo me chorriaré hasta la puerta. Como si fuera agua saldré a la calle, como si fuera lluvia de estos días me deslizaré hasta tu casa. Allí, inmóvil, como charco, tendré que esperar a que el frío de esta ciudad, que congela, restituya mi cuerpo; solo así podré tocar el timbre y saludarte con un beso. Pero si el frío no llega a auxiliarme, habré de dormir a tus pies (afuera, pero a tus pies), y mañana salpicaré tus zapatos cuando tu caminar, una vez más, haga estallar mi quietud monótona y simple.


Tuyo siempre,


Tercero Vernaza

lunes, 15 de noviembre de 2010

OTRA COLUMNA DE LIDERAZGO Y EMPRENDIMIENTO

Si se lee el periódico: “es la hora del ‘liderazgo’ y el ‘emprendimiento’”; pero si se habla del futuro: “aún no llegan el ‘liderazgo’ y el ‘emprendimiento’”. Si se oye a cualquier joven: “somos la generación del ‘liderazgo’ y el ‘emprendimiento’”; pero si se oye a cualquier viejo: “ya no queda nada de aquel ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’”. Para el desempleo, ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’, para la corrupción, ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’, para el aburrimiento, ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’, para la falta de creatividad, ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’, para no tener que salir de la monotonía, ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’.


Ambas son palabras que se pronuncian con recurrencia, pero que en general salen vacías, desprovistas de sustancia, como si la sola combinación de letras significara ya algo venerable. Es evidente que hay poco interés en que estos vocablos se llenen de contenido, pues vacíos, o medio vacíos, sirven como simples sellos de presentación con los que se cree construir prestigio e identidad. Llegar a llenarlos con sinceridad implicaría renunciar a la comodidad de su uso, develar el rostro real del sujeto que las enuncia y arriesgarse al cambio.


‘Liderazgo’ y ‘emprendimiento’ son palabras que, como tales, en su uso, pueden llenarse tanto de transformación como de resistencia a ella, al igual que pueden vaciarse para llenarlas de acuerdo a la ocasión. En Caldas se han convertido en trincheras con las que algunos sujetos se protegen del cambio y refuerzan la conservación, a pesar de que las dos podrían representar una fuerza irrefrenable dentro de lo político. Así pues, al discutir sobre lo que se concibe dentro de estas palabras, la búsqueda, más que por sus significados, debe comenzar por el sujeto político que las enuncia y les da, o no, contenido.


Si se comenzara por explorar al individuo caldense, ese que habla de ‘liderazgo’ y ‘emprendimiento’ como si se tratara de arrojar papelitos al aire, podría verse que el uso que hace del lenguaje parte de la definición de su subjetividad política. Esos usos calculados y obscenos de las dos palabras, son propios de un sujeto que espera reconocimiento y un lugar de poder. Son “lidermiento” y “emprenderazgo”: usos que nos han traído hasta este lugar de corrupción y estancamiento, este lugar donde ‘emprendimiento’ y ‘liderazgo’ son una ficción que hace sentir cerca algo que no llegará, una realidad mejor, y hace creer que se ha dejado de ser lo que se sigue siendo, sujetos en carencia. Todo esto ha sido generado por un sujeto político que no se reconoce, ansioso de poder, que encubre su historia, que por miedo o conveniencia calla la verdad y guarda secretos públicos, que utiliza el derecho y los medios de comunicación para el olvido antes que para la memoria.


Pero hay ilusión. Cambiar este uso oportunista por un uso constitutivo, ético, sincero, sí es posible, y lo es desde otro sujeto político, uno que se piense distinto, que enuncie estas dos palabras como lo que son, una irrupción hacia fuera, pero antes, una irrupción hacia adentro. La esperanza de Caldas no reside sólo en la enunciación, reside más en el sujeto que se reconoce en la carencia y no en la fantasiosa adulación; que mira hacia atrás y acepta que ha gozado con la injusticia y la violencia de su historia; que examina el provecho que ha obtenido del olvido; que ante la crítica reflexiona en vez de caer en la negación; que se arriesga en apuestas colectivas; que vence el miedo que le impide reconstruir y narrar la verdad de esta tierra; que se atreve al cambio pero no a la hegemonía; que no necesita un padre o un padrino que le preste palabras y le muestre caminos; que entiende la política como empoderamiento y no como subsistencia; que comprende que ni dentro de “nuestra mejor empresa” puede tramitarse toda la sociedad; que siente que la entrega por el otro inunda de ética los actos; que ve en el liderazgo una irrupción que quiebra, que rompe, y en el emprendimiento la rebelión constante que resiste a la dificultad y al encuadramiento de los sistemas.


El sueño es que en vez de líderes y emprendedores, y en vez de palabras vacías atosigando el aire, haya sujetos políticos que decidan buscarse, construirse y afirmarse desde la ética y desde el uso sincero del liderazgo y el emprendimiento; un uso en el que éstos ni siquiera se necesitan nombrar.


Bogotá D.C., octubre de 2010


(Publicado en el periódico LA PATRIA de Manizales – Caldas. 29 de octubre de 2010)

DROGAS ENTRE EL LIBRO

Alejandro es mi librero; digo que es un jíbaro del centro de Bogotá porque es a quien le compro, a veces por placer y a veces por vicio, mis dosis de fantasía y filosofía: libros. Justo el día que le mostré lo último que había comprado, ‘Las llaves falsas’ del caldense José Vélez Sáenz, que no se lo compré a él, me dio por preguntarle si conocía Manizales. Con la misma risita que me respondió que la visitó una vez, resaltó que lo que más recordaba de la ciudad era el “tontódromo”. De inmediato supe a lo que se refería; rememoraba ese lugar mítico, mitad fútbol mitad ciclismo, en el que muchos manizaleños, o turistas como Alejandro, dieron un primer “plon” y un primer “pase” que aún no termina.


Entendí entonces que no se debería hablar de Manizales sin hablar de drogas; eso, precisamente, lo supo mejor José Vélez cuando en ‘Las llaves falsas logró describirla desde las “confidencias de un marihuanero” y no desde su historia oficial. Las drogas, y entiéndase como tales también el alcohol, el cigarrilo y otros más, han determinado en secreto la construcción de ciudad y han ayudado a escribir nuestro libro común. Sin embargo se sigue hablando de las drogas como algo anormal, excepcional, extraño, y no es así; no es porque respecto a las drogas se haya vuelto normal lo anormal, es tal vez porque lo normal siempre se rotula de “anormal” para poder arrojar el estigma fuera de nosotros. En Manizales nos disfrazamos de ignorantes para no tener que aceptar la presencia de las drogas y su incidencia en la historia de nuestra sociedad.


Si hubiera sensatez con las drogas que han escrito nuestro libro, veríamos que son muchos más los marihuaneros que se multiplican y los periqueros que se esconden, veríamos en la Licorera el mayor expendedor de droga (legal) del territorio, veríamos que somos una población que casi permanece alcoholizada y veríamos la manera en que muchos adolescentes gozan del consumo de los medicamentos psiquiátricos que les formulan. Si fuéramos sensatos con las adicciones que escriben nuestra historia, veríamos que nuestra cultura pervive tanto en los adictos a las “pepas”, como en los adictos al cigarrillo, al chocolate, al Prozac, al café, al Internet.


Manizales debe aproximarse a las drogas y a las adicciones (que no necesariamente se relacionan) en términos de cultura y de salud pública; significa dejar de lado el discurso represivo de la seguridad. Debe procurarse la ruptura de ese imaginario al que ha llevado la dicotomía de la legalidad y la ilegalidad, en el que se estigmatizan unas sustancias y se promueven otras. Ver con ojos más sensatos, resignificar socialmente las drogas y hasta promover otros hábitos de consumo, puede conducir a la emancipación de los sujetos y a recuperar rituales que reconstruyan lo colectivo y que fundamenten una nueva relación con la realidad que vivimos. Sin embargo el consumo actual parece llevar a lo contrario y antes permite que las drogas sean parte del problema y no de la solución.


En la ciudad, las drogas, incluyendo alcohol, cigarrillo y hasta medicamentos, se han constituido como el medio más eficaz para retener los ímpetus de inconformidad y de cambio frente a la realidad corrupta que vivimos. Consumidores de muchas drogas toman su consumo como una práctica irreverente y de liberación, pero apenas viven un jouissance, un “goce permitido”, que se les ofrece con la condición de que no interpelen su realidad. Es entonces una obligación ética discutir sobre el uso que se ha hecho de las drogas; pensar hasta dónde son justificables en términos de libertad e irreverencia; debatir si han sido las formas actuales de consumo las que han llevado a la desidia frente a la corrupción de nuestra sociedad y a la ruptura de las posibilidades colectivas. En últimas, como el alcohol, las drogas y las adicciones seguirán escribiendo nuestra historia, debemos definir de qué manera queremos que la escriban.


Mi librero es un jíbaro, pero dependiendo de cómo lo asuma, cada libro que me vende puede liberarme o llevarme a la esclavitud. En todo caso, ocultar que las drogas y las adicciones nos han acompañado hasta aquí y han definido parte de lo que somos, sería como esconder el ripio de marihuana entre las hojas del libro al tiempo que se quiere olvidar que allí permanecerá; sería continuar adorando sólo una imagen de nosotros y seguir sin leer ni narrar el verdadero relato de nuestro pueblo.


Bogotá D.C., septiembre de 2010


(Publicado en el periódico LA PATRIA de Manizales (Caldas). 26 de septiembre de 2010)

DERECHO Y ROCK'N'ROLL

Para ahí Helena, que te voy a contar. Una vez, mi profesor de Contratos I intentó convencer a mi clase de que el “orden público” y “las buenas costumbres” partían de una diferenciación tonta, pues decía que se daba por contado que no son posibles buenas costumbres por fuera del orden público. Ya te imaginarás cómo me sobresalté, le dije que no era cierto, que su lección confundía la ética con la ley y el Estado con la justicia. Me miró con frialdad, se acercó con pasos cortos y respondió algo que me entró como el más certero pitonazo entre pulmón y pulmón: dijo que por si no lo había notado esa era una clase de derecho y que tal vez una clase de ciencia política o de sociología podían ser mejores escenarios para debatir sobre moralidad y legitimidad del orden público. Dejé el salón por la decepción, era precisamente sobre democracia y sobre la legitimidad de nuestras leyes que quería discutir, y no pude.


La rabia fue mucha Helena. Sentí que la separación derecho/política era sólo una argucia para enseñarnos un derecho que no transforma realidades, sino que apenas las lee y las traduce; sentí que me decían que mi labor no sería escribir cuentos, que sería más bien aprenderlos a leer. Entonces decidí que no me engañaría más, el derecho no debe leerse por fuera de la política. Pero mujer, no lo digo porque deban relacionarse, lo digo porque el derecho y la política no se pueden ver como continentes cerrados que se juntan y se separan, que se sacan de clase o se entran; son un mismo cuadro de varios colores que se entrelazan y hasta se engañan. El derecho es política, la política es derecho, la política hace derecho y el derecho política.


Los profesores, después de saturarnos con mundos jurídicos, según ellos limpios de política, salen en sus autos por las calles o a pie por los pasillos, decididos a continuar con sus negocios y a definir, en cada proceso que llevan, en cada foro que participan, en cada libro que escriben y en cada ley que hacen, qué es propiedad, qué es justo título, qué es un contrato de trabajo, qué es una cooperativa, qué es pueblo, qué es constitución, qué es Estado, qué es una S.A.S., qué es desplazamiento forzado, qué es tutela, qué es una inhabilidad en la contratación pública, qué es un acto anticompetitivo, qué es un bien baldío y más… Y eso, Helena, sólo por hablarte de conceptos, pues ni hablar de las muchas veces que salen es para perseguir un puesto de poder, una magistratura, un contrato, un ministerio… Allí sí, lejos del salón donde creen que no los vemos, con sus conceptos y en sus puestos, nuestros profesores reconocen la intimidad entre derecho y política, y, sobre todo, su poder y utilidad.


En una facultad de derecho, detrás de cada “eso es algo político que no corresponde con la clase ni con la facultad”, hay un interés político que se esconde o un lugar de poder que se protege. Y es así Helena, mientras nosotros no levantamos la mirada de los apuntes que se dictan y mientras renunciamos al argumento que llaman “político”, nuestros profesores conservan para sí toda capacidad de creación y construyen la realidad con su música. Pero verás Helena los días en que saquemos la mirada del dictado de los cuadernos, en que enarbolemos nuestros argumentos sin distinción y en que con nuestra creatividad escribamos rock’n’roll que haga temblar la realidad.


Bogotá D.C., septiembre de 2010


(Publicado en el periódico FORO JAVERIANO. Tercer Trimestre – 2010. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. Bogotá D.C.)