Para ahí Helena, que te voy a contar. Una vez, mi profesor de Contratos I intentó convencer a mi clase de que el “orden público” y “las buenas costumbres” partían de una diferenciación tonta, pues decía que se daba por contado que no son posibles buenas costumbres por fuera del orden público. Ya te imaginarás cómo me sobresalté, le dije que no era cierto, que su lección confundía la ética con la ley y el Estado con la justicia. Me miró con frialdad, se acercó con pasos cortos y respondió algo que me entró como el más certero pitonazo entre pulmón y pulmón: dijo que por si no lo había notado esa era una clase de derecho y que tal vez una clase de ciencia política o de sociología podían ser mejores escenarios para debatir sobre moralidad y legitimidad del orden público. Dejé el salón por la decepción, era precisamente sobre democracia y sobre la legitimidad de nuestras leyes que quería discutir, y no pude.
La rabia fue mucha Helena. Sentí que la separación derecho/política era sólo una argucia para enseñarnos un derecho que no transforma realidades, sino que apenas las lee y las traduce; sentí que me decían que mi labor no sería escribir cuentos, que sería más bien aprenderlos a leer. Entonces decidí que no me engañaría más, el derecho no debe leerse por fuera de la política. Pero mujer, no lo digo porque deban relacionarse, lo digo porque el derecho y la política no se pueden ver como continentes cerrados que se juntan y se separan, que se sacan de clase o se entran; son un mismo cuadro de varios colores que se entrelazan y hasta se engañan. El derecho es política, la política es derecho, la política hace derecho y el derecho política.
Los profesores, después de saturarnos con mundos jurídicos, según ellos limpios de política, salen en sus autos por las calles o a pie por los pasillos, decididos a continuar con sus negocios y a definir, en cada proceso que llevan, en cada foro que participan, en cada libro que escriben y en cada ley que hacen, qué es propiedad, qué es justo título, qué es un contrato de trabajo, qué es una cooperativa, qué es pueblo, qué es constitución, qué es Estado, qué es una S.A.S., qué es desplazamiento forzado, qué es tutela, qué es una inhabilidad en la contratación pública, qué es un acto anticompetitivo, qué es un bien baldío y más… Y eso, Helena, sólo por hablarte de conceptos, pues ni hablar de las muchas veces que salen es para perseguir un puesto de poder, una magistratura, un contrato, un ministerio… Allí sí, lejos del salón donde creen que no los vemos, con sus conceptos y en sus puestos, nuestros profesores reconocen la intimidad entre derecho y política, y, sobre todo, su poder y utilidad.
En una facultad de derecho, detrás de cada “eso es algo político que no corresponde con la clase ni con la facultad”, hay un interés político que se esconde o un lugar de poder que se protege. Y es así Helena, mientras nosotros no levantamos la mirada de los apuntes que se dictan y mientras renunciamos al argumento que llaman “político”, nuestros profesores conservan para sí toda capacidad de creación y construyen la realidad con su música. Pero verás Helena los días en que saquemos la mirada del dictado de los cuadernos, en que enarbolemos nuestros argumentos sin distinción y en que con nuestra creatividad escribamos rock’n’roll que haga temblar la realidad.
Bogotá D.C., septiembre de 2010
(Publicado en el periódico FORO JAVERIANO. Tercer Trimestre – 2010. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. Bogotá D.C.)
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