domingo, 22 de agosto de 2010

DEMOLIENDO HOTELES

Escribo sin acudir a las generalizaciones que eximen de las salvedades. Escribo acudiendo al “yo” parcial, subjetivo y emotivo, que nació de repente en una Manizales fortuita, en una generación dispuesta por el azar y en una clase social que no escogí. Escribo en primera persona, para que mis palabras sean más un relato con el que muchos pueden identificarse y no una teoría convincente.

Empiezo por decir que esta Manizales no sería posible si los manizaleños no la hubiéramos imaginado como la imaginamos. Creo que calles y edificaciones sólo tuvieron vida con nuestra presencia y con la representación que en ella plasmamos como pueblo. Así pues, que quede claro, que esto no lo escribo para la ciudad inerte, de afuera, llena de edificios que mágicamente se agarran de las laderas; no, lo escribo para lo que le dio vida: yo, y ustedes si así lo creen.

Siento que mi generación, en Manizales, es una generación que no ha tenido la posibilidad de hacer de su ciudad un hogar, un espacio en donde sembrar sus sueños. Somos una generación en desbandada: algunos partimos con la esperanza de volver, otros ya no regresarán, y los que se quedaron parece que postergan sus sueños o esperan el instante preciso, que llaman “oportunidad”, para salir corriendo.

Siento que a mi generación algunos le vendieron la idea de que hace parte de una ciudad a la que no es posible arraigarse, una ciudad en la que ya hasta nosotros, manizaleños jóvenes, estamos de paso. A mí generación la convencieron de que aunque podríamos vivir cómodos en este lugar, nuestros sueños parecen ser posibles sólo en otro lado. El pecado fue haberles creído, sin objeciones, sin reclamos.

Debe ser por eso que siempre me ha incomodado ese imaginario tan repetido de que Manizales es un “buen vividero”. Creo que este aforismo esconde más de lo que afirma (pues muchos manizaleños, desempleados y necesitados, hoy podrían no estar de acuerdo), pero además, en este caso, considero que replica la idea de no permitir que Manizales sea un hogar. ¿Vividero? ¡Vividero es cualquier cosa! Vividero termina siendo cualquier espacio que nos garantice seguridad, calor y comida; hasta un hotel es “vividero”.

Así que desde hace años prefiero darle vida a una ciudad que sea hogar. Un vividero, un hotel, por agradable que sea, se deja cuando ya no se requiere más, se abandona sin remordimiento pues nada nos pertenece y a nada pertenecemos; en un hotel hacemos fiesta porque no cuesta ningún sacrificio, ningún dolor. En un hogar, en cambio, cada ladrillo es una pasión, allí los mayores sufrimientos y los mayores sacrificios se viven para apostarle a lo que se cree y se sueña, y para definirnos como una familia de hermanos en la que a cada uno lo debe constituir la entrega por el otro.

Cuando nuestros sueños se contraponen a esta ciudad que hemos imaginado, en vez de edificar otra Manizales posible, nos vemos obligados a abandonarla para construir sueños en territorios ajenos o a soportarla mientras intercambiamos ilusiones por una supuesta comodidad. Tal vez muchos de los que hemos partido lo hemos hecho porque ha sido más fácil enfrentar la soledad de otros lugares, que arriesgarnos a imaginar una ciudad distinta o arriesgarnos a disputarle el espacio a quienes se han aprovechado de este imaginario de la “ciudad-hotel”.

Mi generación, tanto quienes nos hemos ido como quienes se han quedado, hoy tiene una ciudad de pasillos ajenos y habitaciones incomunicadas, una ciudad que parece que ha dejado de ser nuestra, pues ya no es fruto de los sueños propios. No obstante, he vislumbrado algunas opciones que espero que los jóvenes manizaleños, que creen hacer parte de esta generación, las sepamos leer y discutir: podemos irnos ante la dificultad de este hotel para brindarle un espacio a nuestros ideales; podemos quedarnos mudos y entregarnos a las supuestas comodidades del “vividero”; o, finalmente, podemos volver y permanecer para reclamarle a los dueños de este hotel que la ciudad no les pertenece, para afirmar que nuestro derecho no es irnos sino quedarnos, para tumbar estas paredes ajenas y para edificar un hogar, una cuna para nuestros sueños, que aunque incómodo y hasta hostil, será nuestro.

Yo, como ven, prefiero la última opción. Seguiré diciendo que en Manizales sí son posibles los sueños de mi generación, pero no de cualquier forma; ellos se harán realidad cuando en nuestros oídos retumbe el coro de Charly García: “Hoy paso el tiempo demoliendo hoteles”.

Bogotá D.C., julio de 2010.

(Publicado en el periódico LA PATRIA, el 1 de agosto de 2010. Manizales – Caldas)