Esos enormes ojos, los más grandes que había visto, escondidos tras un mechón dorado, una vez más lo observaron de la forma como lo habían hecho aquellos días en que ella le truncaba la ilusión de tenerla.
- Es mejor que no regreses – dijo la mujer tratando de retener las lágrimas y procurando no demostrar la tristeza que sentía.
- Volveré – respondió Primero Vernaza mientras la miraba.
Ella, apoyando sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, replicó con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.
- Sólo hay una razón para tu regreso. Seguramente una vez que nazca te extrañará mucho más de lo que yo te habré extrañado –
- ¿Nunca podrás perdonarme? – Preguntó él en tono de suplica.
Antes de responder, lo miró como sólo lo logran hacer las mujeres que buscan recomponer su dignidad. Tomó las compuertas en señal de cerrar la ventana y respondió.
– Quizás te llegue a perdonar algún día en que el corazón destrozado se encuentre de ese lado de la ventana. – Seguido a su sentencia se posó en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpió con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.
Primero no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque el remordimiento obstruía las palabras, pudo gritarle.
- ¡VOLVERÉ! -
- Es mejor que no regreses – dijo la mujer tratando de retener las lágrimas y procurando no demostrar la tristeza que sentía.
- Volveré – respondió Primero Vernaza mientras la miraba.
Ella, apoyando sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, replicó con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.
- Sólo hay una razón para tu regreso. Seguramente una vez que nazca te extrañará mucho más de lo que yo te habré extrañado –
- ¿Nunca podrás perdonarme? – Preguntó él en tono de suplica.
Antes de responder, lo miró como sólo lo logran hacer las mujeres que buscan recomponer su dignidad. Tomó las compuertas en señal de cerrar la ventana y respondió.
– Quizás te llegue a perdonar algún día en que el corazón destrozado se encuentre de ese lado de la ventana. – Seguido a su sentencia se posó en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpió con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.
Primero no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque el remordimiento obstruía las palabras, pudo gritarle.
- ¡VOLVERÉ! -
*****
Esa mañana, Segundo Vernaza, uno de esos niños que tienen el mismo color de piel de un padre que poco conocen, aún sentía los estragos que el alcohol había dejado en su cuerpo. Los reclamos de su madre no habrían de esperar y seguramente el castigo no podría evitar. A pesar de que presentía las consecuencias de su error, sabía que debía ir a la casa de enfrente para ver la niña del pelo dorado, una de esas que suelen llevar con orgullo la misma cabellera de su madre. No entendía claramente como había podido hacer eso la noche anterior, pero en el fondo conservaba la tranquilidad propia de quien ha expuesto los sentimientos más reservados del alma.
Al llegar al frente de la ventana roja, de la cual ella siempre salía a saludarlo todas las mañanas, sintió como el miedo debilitaba sus piernas. No sabía cuál sería la reacción de la niña al verlo de nuevo parado en la acera, como todos los días. ¿Podría seguir todo normal después de la noche anterior?
Más por la curiosidad que por el deseo decidió tocar a su ventana y llamarla por su nombre, pero en menos tiempo del que necesitaba para preparar sus palabras, la cabellera dorada se descubrió bajo el marco rojo.
- Sólo quería saludarte antes de irme para el colegio – Fue lo primero que pudo pronunciar, sin ser conciente que era lo que todas las mañanas le decía.
- No sé cómo puedes venir después de lo que me hiciste. – respondió ella con voz tierna pero con el rostro serio. – Tienes mucha suerte porque mi mamá no está. Si te viera aquí tendrías que correr. ¿No te da pena? –
- Pero no entiendo porque les pareció tan horrible lo de anoche. Yo sólo quería hacer algo bonito contigo. ¿Acaso no es eso lo que hacen los novios? – inquirió él con el deseo de encontrar alguna explicación.
- Nosotros no somos novios –
- Pero ayer me dijiste que sí – reclamó Segundo levantando la voz.
- Pues yo no me acuerdo – dijo ella con un tono fuerte extraño a su apariencia.
- De todas formas lo de anoche no debió haber pasado. No está bien que una niña de diez años y un niño de once estén haciendo eso -
- Pero si a mi mamá le encanta cuando mi papá le trae serenatas, no entiendo porqué a ti no te gustó – exclamó él cuando ya algunas lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.
- No sé si me gustó… pero igual no estuvo bien –
- Bueno. Pero no te pongas brava conmigo – rogó en búsqueda de perdón.
- Es mejor que no regreses – dijo la niña antes de cerrar su ventana roja de manera obstinada.
Segundo no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque su corazón destrozado obstruía las palabras, pudo gritarle.
- ¡VOLVERÉ! -
Al llegar al frente de la ventana roja, de la cual ella siempre salía a saludarlo todas las mañanas, sintió como el miedo debilitaba sus piernas. No sabía cuál sería la reacción de la niña al verlo de nuevo parado en la acera, como todos los días. ¿Podría seguir todo normal después de la noche anterior?
Más por la curiosidad que por el deseo decidió tocar a su ventana y llamarla por su nombre, pero en menos tiempo del que necesitaba para preparar sus palabras, la cabellera dorada se descubrió bajo el marco rojo.
- Sólo quería saludarte antes de irme para el colegio – Fue lo primero que pudo pronunciar, sin ser conciente que era lo que todas las mañanas le decía.
- No sé cómo puedes venir después de lo que me hiciste. – respondió ella con voz tierna pero con el rostro serio. – Tienes mucha suerte porque mi mamá no está. Si te viera aquí tendrías que correr. ¿No te da pena? –
- Pero no entiendo porque les pareció tan horrible lo de anoche. Yo sólo quería hacer algo bonito contigo. ¿Acaso no es eso lo que hacen los novios? – inquirió él con el deseo de encontrar alguna explicación.
- Nosotros no somos novios –
- Pero ayer me dijiste que sí – reclamó Segundo levantando la voz.
- Pues yo no me acuerdo – dijo ella con un tono fuerte extraño a su apariencia.
- De todas formas lo de anoche no debió haber pasado. No está bien que una niña de diez años y un niño de once estén haciendo eso -
- Pero si a mi mamá le encanta cuando mi papá le trae serenatas, no entiendo porqué a ti no te gustó – exclamó él cuando ya algunas lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.
- No sé si me gustó… pero igual no estuvo bien –
- Bueno. Pero no te pongas brava conmigo – rogó en búsqueda de perdón.
- Es mejor que no regreses – dijo la niña antes de cerrar su ventana roja de manera obstinada.
Segundo no quería comprender lo ocurrido. Al final, aunque su corazón destrozado obstruía las palabras, pudo gritarle.
- ¡VOLVERÉ! -
*****
A pesar de presentir las consecuencias de mi error, sé que debía venir a la casa de enfrente para ver la niña del pelo dorado.
Esos enormes ojos, los más grandes que he visto, escondidos tras un mechón dorado, una vez más me observan de la misma forma como lo hacían aquellos días en que ella me truncaba la ilusión de tenerla.
- Aún no comprendo porqué me estás dejando – Es lo que digo con el fin de poder escudriñar sus sentimientos en busca de misericordia.
Ella, apoya sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, me replica con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.
- Tercero, es mejor que no te vuelva a ver. Tienes que entender que decidí no seguir tu camino. Simplemente quiero ser feliz al lado de quien yo decidí amar. –
Siento que muero, siento la angustia de quienes mueren con las ilusiones postergadas. Deseo el llanto, pero como nadie me ha enseñado a vivir muerto, descubro que los muertos, ni siquiera en vida, tenemos la posibilidad de acompañarnos con nuestras lágrimas.
Yo no quiero comprender lo ocurrido. Al final, aunque mi corazón destrozado obstruye mis palabras, le grito.
- ¡VOLVERÉ! –
Esos enormes ojos, los más grandes que he visto, escondidos tras un mechón dorado, una vez más me observan de la misma forma como lo hacían aquellos días en que ella me truncaba la ilusión de tenerla.
- Aún no comprendo porqué me estás dejando – Es lo que digo con el fin de poder escudriñar sus sentimientos en busca de misericordia.
Ella, apoya sus codos en el marco rojo de la única ventana de su casa y sosteniendo su cabeza con ambas manos, me replica con la firme intención de cerrar no sólo la conversación; también su ventana; también su corazón.
- Tercero, es mejor que no te vuelva a ver. Tienes que entender que decidí no seguir tu camino. Simplemente quiero ser feliz al lado de quien yo decidí amar. –
Siento que muero, siento la angustia de quienes mueren con las ilusiones postergadas. Deseo el llanto, pero como nadie me ha enseñado a vivir muerto, descubro que los muertos, ni siquiera en vida, tenemos la posibilidad de acompañarnos con nuestras lágrimas.
Yo no quiero comprender lo ocurrido. Al final, aunque mi corazón destrozado obstruye mis palabras, le grito.
- ¡VOLVERÉ! –
*****
- Quizás te llegue a perdonar algún día en que estos enormes ojos, los más grandes que has visto, observen un corazón destrozado a ese lado de mi ventana de la misma forma como lo hicieron aquellos días en que te truncaba la ilusión de tenerme, – sentenciará la niña del pelo dorado con el corazón de Cuarto Vernaza en su mano, al tiempo que él guardará los ojos de ella en su bolsillo.
Seguido a la sentencia se posará en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpirá con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.
Seguido a la sentencia se posará en el aire un silencio melancólico que sólo se interrumpirá con el sonido propio de una ventana roja al cerrarse.
BOGOTÁ DC. MAYO/AGOSTO. 2007
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