viernes, 2 de octubre de 2009

ENTREVISTA CON UN JAVERIANO


Apago el televisor antes verlo caer de nuevo. Como siento que el único honor que le puedo brindar es releer las notas de la única entrevista que le hice, abro el cajón donde están y las busco. Recuerdo que en aquellos días, cursando mi segundo año de derecho, me habían pedido que lo entrevistara porque él ya parecía dar enormes pasos siendo apenas un estudiante como yo. Mis preguntas de principiante encontraron respuestas que andaban entre la profunda inteligencia y la tímida arrogancia.


Ese día empecé por preguntarle si creía que valía la pena hacer crítica dentro de una universidad como la nuestra. Él me respondió que un universitario jamás debía dejar de lado la crítica, pero que ésta, si se hacía sin una sincera intención constructiva no conducía a nada, sólo a un nihilismo disolvente y obstinado que únicamente lograba aumentar la confusión y la desesperanza. Después le pregunté su opinión acerca de todos esos jóvenes que de afán se metían de pies y cabeza en esa espeluznante carrera partidista. Él sostuvo que los jóvenes estábamos en periodo de preparación, que aún no habíamos llegado al de la acción; los jóvenes según él, debíamos ser más espectadores que actores porque era prudente esperar y consolidar primero un criterio inteligente, denso y sobretodo independiente; para él, sólo a partir de allí podíamos entrar a analizar y a afrontar esa responsabilidad tremenda de reconstruir el país que se hallaba, según dijo, anárquico en lo moral, colonial en lo económico, demagógico en lo político e injusto en lo social.


Recuerdo que hasta ese momento había encontrado sus respuestas bastante decepcionantes, no veía en ellas nada nuevo, eran el libreto típico de un ‘presidentico’ de esos que rondan las universidades y conforman las juventudes de tantos partidos. Pero faltaba (toda una vida). Le pregunté si creía, como Gaitán, que todo era un problema de oligarquías. Él dijo que en Colombia las oligarquías habían defendido sus intereses amparándose en las teorías más convenientes para los privilegios que querían tener; mencionó que la democracia era antónima a la consolidación de las oligarquías, y que cuando éstas se habían dado cuenta de lo peligroso que era oponerse de manera abierta a la democracia, habían preferido veladamente tergiversarla y presumir de intérpretes de la misma. Dijo que las oligarquías habían seducido al pueblo con la libertad, pero reservándose el derecho a interpretarla como quisieran.


También le pregunté su opinión acerca de los partidos políticos. Él adujo que tanto el liberalismo como el conservatismo sólo habían sido simples instrumentos de una minoría para encauzar, según su conveniencia, las aspiraciones populares; aseguró que eran repetidas las circunstancias de la historia de Colombia en las que la minoría dominante había empleado ideas altruistas para amparar en ellas sus privilegios. Por otra parte, cuando indagué por qué consideraba importante la educación, él dijo que mientras subsistiera la ignorancia no habría manera de combatir con eficacia la economía absorbente y exclusivista.


Paradójicamente ese día le pregunté sobre la responsabilidad que tenía la dirigencia política en la violencia, esa que más tarde nos lo quitaría. Me hizo caer en cuenta que los que habían desatado la violencia desde el gobierno y el parlamento utilizando la prensa gobiernista y de oposición, tanto liberales como conservadores, eran los mismos que la habían aprovechado económicamente, los mismos que no habían respetado las miles de tumbas que habían sido abiertas por su culpa intelectual. Dijo que fueron esos maquiavélicos de la política los que apasionaron al pueblo por objetivos estúpidos como la hegemonía.


Así, con las notas de la entrevista en mis manos, siento que tengo el dolor atrancado en la garganta desde ese 18 de agosto. Me impresiona la pertinencia que siguen conservando sus palabras. Me invade la rabia al recordar los tantos que usan su nombre para legitimar hasta los más perversos intereses; también los tantos que insisten en desconocer sus hazañas. La tristeza es infinita cuando veo una facultad de derecho que parece sólo recordarlo para alimentar su vanidad y ni siquiera para reaccionar a su legado; ni siquiera para seguir su ejemplo de crítica permanente hacia la política que vivimos. Me agobia la desesperanza cuando veo unos javerianos que no están dispuestos a dar la vida por las ideas propias, pero sí a venderse por las ajenas.


Al final, y antes de guardar las hojas de nuevo, sólo veo la fecha y el nombre: “Bogotá, 4 de abril de 1963. Entrevista a Luis Carlos Galán Sarmiento. Estudiante de derecho. Pontificia Universidad Javeriana


Manizales, Caldas. Septiembre de 2009


(Publicado en el periódico FORO JAVERIANO. Trimestre III. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas. Bogotá DC)

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