A Mireya Tapasco la conocí en un bus cuando dejábamos Riosucio. Mientras se recostaba en la ventana, la emisora mal sintonizada resonaba: Fatalidad signo cruel, que en mi rodar se llevó el más valioso joyel…. Ella dejaba su tierra; abandonaba ese pueblo donde hasta los niños son poetas porque le pareció que el Diablo no era tan bonachón como allá decían. No había conocido al cornudo pícaro que allí adoran en medio del jolgorio, todo lo contrario, Mireya había visto de frente al demonio real, el del dolor, el de la injusticia, el Diablo que le niega la vida a su pueblo Embera.
Con la frente aplastada contra el vidrio sucio, me contó los intentos de su gente por recuperar aquello que se les ha quitado, eso que hasta el derecho les ha negado: la tierra. Relató lo ocurrido en la finca Mendaval en el 2007 y también lo de la finca San Antonio en el 2009, dos ocasiones en que por la impotencia decidieron recuperar tierra por la fuerza.
Sentí que su corazón estaba lleno de preguntas y vi que algunas lágrimas se asomaron en sus ojos porque quizás no encontraba respuestas que explicaran la injusticia. Comprendí entonces que Riosucio, como Colombia, es un espacio en el que han debido convivir diferentes formas de aproximación a la tierra: indígenas que viven en su relación colectiva con los recursos naturales, campesinos para quienes la propiedad sobre su tierra es una opción de autonomía, empresarios capitalistas que buscan la explotación y el aprovechamiento económico.
Me intentaba explicar esa política actual que busca no favorecer el reconocimiento de tierras para las comunidades indígenas, esa que, por el contrario, privilegia sólo una de las aproximaciones territoriales, la empresarial, ofreciéndole todas las posibilidades para que se conserve y se expanda. Ella estaba convencida de que las acciones que ha emprendido su pueblo Embera están justificadas por el derecho que tienen de acceder a la tierra, y más cuando han agotado todas las vías ante las entidades estatales.
Cierto es que Mireya nació y vivió en un espacio donde se integran distintos modos de actuar frente a la tierra, no obstante esta ha sido una integración desigual, injusta, pues en el occidente caldense, así como en muchas otras regiones del país, la construcción capitalista del territorio, la del empresario, se ha impuesto con ayuda de todo tipo de medios, desde el derecho hasta el terror. Ella incluso aseguró que para sembrar café y caña entre el valle del río Risaralda y el cañón del Cauca, muchos de su pueblo han tenido que morir o les han quitado sus terruños.
Como mujer indígena sabía que su actuar frente a la tierra es tildada de retrograda, sobre todo de ser un obstáculo para eso que llaman desarrollo y riqueza. Muchas veces ha sido burlada por vivir como le enseñaron sus padres, pues hoy lo importante parece ser la propiedad, la producción, la comercialización, la eficiencia, en fin, la maximización del territorio. Me contó que quienes insisten en mantener su forma distinta de vivir, son precisamente aquellos que son asesinados, o que, en el mejor de los casos, son amenazados para que dejen sus propiedades o las vendan por precios irrisorios.
Cuando ya nos sacudían las curvas que suben hacia Manizales, me dijo que el interés de arrebatarles sus tierras tenía el objetivo de conseguir una mayor explotación económica para los empresarios; seguro no sabe que también es la voluntad de acabar con las territorialidades que no correspondan con la aproximación capitalista, pues así se borra toda prueba de que otro modo de disfrutar la tierra sí es posible y de que hay seres humanos que pueden vivir de manera distinta.
Mireya confiaba en que regresaría al lugar de sus ancestros pirsas. Afirmó que nunca habrá paz mientras su pueblo no pueda disfrutar la tierra; y es cierto, nos seguiremos matando hasta que se reconozca que existen dinámicas distintas al simple aprovechamiento empresarial del territorio. Sean pájaros o bandoleros, sean guerrilleros o paramilitares quienes acaben con el pueblo, no cabe duda de que el conflicto de aproximaciones a la tierra estará siempre en el fondo alimentando la guerra y sirviendo de justificación. Ojalá ese Diablo bonachón permita una verdadera integración justa y simétrica entre las distintas formas de vivir el territorio, una en la que se favorezca la autonomía y en la que se renuncie a la hegemonía.
NOTA: Por oportuna aclaración del señor Álvaro Gärtner, que fue efectuada como comentario a la version web del artículo, se pudo constatar que según el apellido Tapasco, Mireya pertenece a la parcialidad Cañamomo. Esta parcialidad, aún siendo diferente, ha sido entendida por virtud de la ley como perteneciente a la comunidad Embera; esto refleja la omisión del gobierno por detectar los verdaderos orígenes de los pueblos indígenas. Hoy la comunidad Cañamomo comienza a rechazar esta filiación Embera.
Bogotá D.C. Diciembre de 2009
Bogotá D.C. Enero de 2010
(Publicado en el periódico LA PATRIA, el 18 de enero de 2010. Manizales, Caldas.)
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