Desea el llanto, pero como nadie le enseñó a vivir muerto, se ha impresionado al descubrir que los muertos no tienen ni siquiera la posibilidad de acompañarse con sus lágrimas.
Una santa por esposa, unos hijos virtuosos, alguna riqueza nutrida y su honra enaltecida, tesoros propios de un humano encumbrado que acaba de morir, no son pruebas suficientes para convencerse de haber hecho todo lo correcto, pues una demanda aguarda en su pecho: ¿Cómo después de dedicar la mayor parte de su vida a la reivindicación de sus sentimientos, aquel día, frente a ella, había decidido entregar su voluntad a los oficios de esa razón vaga de la cual siempre quiso huir?
Este día le llegó más rápido de lo que jamás imaginó. Ahora simplemente tiene que esperar a que esa mujer, el centro de la más pendenciera infidelidad de su corazón, atraviese la propia puerta del limbo, no sólo para demostrarle que era cierto que esta cita no podía evitar, sino para compartir con ella un vino que nunca se volverá a acabar, porque de este lado de la vida el amor es eterno como eterna la noche de la muerte.
BOGOTÁ DC. AGOSTO. 2007
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