Don E sólo sonríe cuando pasa por las espalda de la Catedral, caminando por ese estrecho pasaje que es la 23. Dice que allí el olor del pan recién salido del horno lo estremece y el aroma del tinto tostado lo hace devolver en el tiempo. En ese momento del día es que sonríe, se echa una bendición, da gracias por lo fue, pide por lo que no ha sido y ya no sonríe más. El resto del día se lo camina serio, abstraído, pensando en cómo se las ingenia para vender sus tirados de panela por el bien de su familia.
Desde hace días, mientras atraviesa toda la Avenida Santander intentando vender, anda intranquilo por una razón más: ya no es la falta de plata, es la inseguridad. Le preocupa que ahora tiene que hacer más ágiles sus pasos porque cuenta con menos horas para su labor; pareciera que los criminales le han arrebatado el mismísimo tiempo.
Antes él regresaba a las nueve o diez de la noche a su casa, pero ahora debe procurar no dejarse coger la tarde; desde hace tiempo un grupo de personas optó por asesinar o amedrentar todo aquel que camine por las calles de su barrio a altas horas de la noche. Dice que esa gente tiene sus negocios y por eso mantiene el control de la zona; dictan la forma de vivir a través del terror que infundan con asesinatos, extorsiones y panfletos que amenazan desde indigentes hasta líderes comunales.
El incremento de bandas criminales ha sido constante en los últimos cuatro años, incluso en las ciudades, y Manizales no debe haber sido la excepción; pero ¿cómo indagar por el impacto que han tenido en la ciudad cuando las autoridades no pueden ingresar a sus zonas de influencia, cuando los ciudadanos no denuncian por miedo y cuando esta renovada dinámica criminal no es de fácil registro?
Me cuenta Don E que a veces le da rabia; detesta la manera como los manizaleños piensan en la seguridad. Dice que cuando un habitante del común ve un policía en las avenidas principales, queda convencido de la normalidad y de la paz de los sectores más excluidos y apartados. Un CAI en La Francia, en Palermo, en El Cable, en Chipre, hace olvidar que en Manizales existen barrios donde la policía no puede ni entrar por que allí gobierna la criminalidad.
Cuando oigo a Don E, pienso que Manizales se quedó en una seguridad que apunta a una tranquilidad fugaz y exclusiva para quienes pueden disfrutarla, una tranquilidad que sólo engaña el miedo y alimenta la fantasía del “buen vividero” que tanto repetimos. Es la estrategia de seguridad que olvida que la lucha contra la criminalidad no es sólo persecución del delito, sino también defensa de la dignidad humana. La coerción debe ir de la mano con la prevención y la solidaridad, pero cómo pensar en éstas cuando no aceptamos lo que hay prevenir ni con lo que debemos solidarizarnos.
La ciudad ha segregado la violencia y la pobreza a las laderas que están fuera de la vista, para que el resto de la ciudad no las note y así no se incomode. Quienes sí podemos disfrutar de la tranquilidad poco indagamos por la suerte de estas zonas afligidas y preferimos ni hablar de ellas. No hay quien narre el desplazamiento urbano en el que las personas huyen de la violencia o de la falta de vivienda digna en busca de otros barrios.
A Don E le molesta que se niegue el terror presente en la ciudad y que haya personas, fuera de los criminales, que sacan provecho de la violencia. Los homicidios en Manizales, en lo que va del año, han aumentado 25%. ¿Cuánto debe esperar Don E para que la sociedad mire hacia las laderas abandonadas a la suerte del crimen? ¿Cuánto para que la autoridades le apuesten a una estrategia íntegra y no a fiascos como el de Manizales Segura, con corruptelas y al mando de personas que, como se dijo, se benefician de todo esto? ¿Cuánto al menos para que la ciudad comience a hablar de su violencia y a aceptarla?
Ya Don E se va, seguirá su caminata rutinaria por el centro y la Santander. Me deja, y veo que su preocupación no abandona su cara; seguro en sus tirados carga una esperanza, pero esta noche, en su barrio de las laderas ocultas, a lo mejor lo espera una muerte que toda una ciudad no quiere ver.
Bogotá D.C., mayo de 2010
(Publicado en el periódico LA PATRIA, el 1º de junio de 2010. Manizales, Caldas)