domingo, 22 de noviembre de 2009

MEMORIA DE VENCEDORES

Al final de la segunda guerra mundial, con los juicios de Nuremberg, la memoria se constituyó en un valor esencial en toda transición hacia la paz, cuya función, a grandes rasgos, se definió para contraponerse al olvido de los hechos y para erigirse como una garantía que evite repetir lo acometido. No obstante, en Nuremberg hay algo que muchos teóricos parecen olvidar, o mejor, evitan recordar: este tribunal fue el ícono fundante de la justicia de vencedores y así le regaló a la humanidad la demostración de lo que es la memoria construida a partir de la eliminación del antagonista, algo que para los pueblos es quizás más despiadado e injusto que la guerra misma.

En el país, así como en otras latitudes del mundo que se han ahogado en su sangre, se ha comprendido al menos por algunos, que la memoria debe hacer parte de un proceso de justicia transicional más que de un triunfo, sobretodo en modelos horizontales de violencia, como el colombiano, donde son muchos actores los que han conservado la capacidad para el crimen y el daño, donde gran parte de la sociedad debe responder por sus culpas, y donde absolutamente todos deberían procurar un diálogo en el que la verdad, la justicia y la reparación sean fruto del perdón, es decir, del profundo reconocimiento de la contingencia humana, de la aceptación de los pecados propios, de la admisión de que cada parte es imagen de esta humanidad incompleta.


En Colombia, de manera oficial y relativamente seria, y pesar de la inexistencia de un posconflicto, se ha empezado a hablar de reconstruir y compilar la memoria de tantos años de violencia, pero mientras este proyecto avanza con ingentes esfuerzos no sólo de la CNRR, con su Área de Memoria Histórica, sino también de numerosos investigadores académicos y de organizaciones civiles, de forma paralela y poderosa avanza un proyecto de alcances indescriptibles.


La memoria, al igual que otras palabras que buscan nombrar el fin de una vieja guerra imposible de encuadrar (como negociación, justicia, acuerdo, verdad, reparación), ha pasado de significar una solución deseable, a ser vaciada con el paso del tiempo para convertirse en muletilla de la política doméstica que busca limpiar con discurso sus infames intenciones.


Con reivindicaciones de la memoria han comenzado revoluciones así como se han opacado, se ha mantenido el Estado judío así como un presidente negro ha sido elegido. En Colombia, por su parte, se menciona a la “memoria” para promover la eliminación total de los grandes villanos públicos, se insta a que se recuerden los fiascos del pasado para justificar la guerra presente (esto se puede comprobar en la columna que José Obdulio Gaviria publicó en EL TIEMPO el 12 de agosto del este año). ¿Pero qué es lo que esconde todo esto? ¿Cuál es la intención de que en medio del conflicto se proponga una memoria para la guerra y no una memoria de reconciliación?


Ese secreto que persiste allí, es que en Colombia hay un actor del conflicto, uno igual de sanguinario pero quizás más poderoso, uno conformado por militares, políticos y empresarios que tienen mucha responsabilidad en todo lo que en esta tierra ha ocurrido. Este grupo, cuyas armas han sido más las leyes y el capital, tiene pleno interés en acabar por completo con sus múltiples contrincantes, porque sólo así no tendrán que negociar su “verdad” y podrán edificar por fin su propia memoria de vencedores, con la que se le endilgarían todas las desgracias del conflicto a esos villanos públicos y con la que se obstaculizaría la “visión holística” de la justicia, la cual permitiría ir más allá de la responsabilidad de los señalados y pondría en evidencia la culpa de tantos otros que participaron, no sólo directamente sino también con su patrocinio, su exhortación o su silencio
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Para estos poderosos la guerra es un medio que permite anular al antagonista, es una opción para su justicia y su memoria de vencedores, es una oportunidad para la impunidad de sus faltas; por eso seguirán en combate, eliminando, reeligiendo y, sobretodo, destruyendo la Constitución que tanto obstaculiza su proyecto
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Bogotá D.C., agosto de 2009

(Publicado en el periódico LA PATRIA, el 20 de noviembre de 2009. Manizales, Caldas)

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