Sentí temor al verlo parado a pocos metros de mí. Aunque llevaba días buscándolo, en el fondo lo que me ocurría era que no quería encontrármelo precisamente en este punto de mi vida. Tenía vergüenza de decirle que estaba por abandonar la lucha.
No era extraño para mí, incluso sentía como si alguna vez ya hubiera notado esa cicatriz tallada en su nariz aguileña. Sentía como si en el pasado ya hubiera visto la sombra de su pelo desordenado dibujada en el suelo. Sentía como si hubiera tocado su sangre aquella vez que emanó por culpa de las balas de una metralleta.
- Ya sé porqué me ha buscado – dijo él antes que cualquier palabra abandonara mi boca – Y créame que estoy muy molesto. Usted más que nadie debe saber que detesto la mediocridad –
Enseguida derramó gran cantidad de palabras sobre mí, opté por desertar en mi defensa, y con nada más que cerrar mi boca dejé que sus vocablos, perspicaces como siempre, atravesaran mi cuerpo. Quería permitir que llegaran a mi corazón para ver si de esa forma reencontraba la verdad que me había impulsado durante los años de mi existencia, pero el intento fue inútil.
Su discurso en gran parte logró herir mi alma pero faltó lo más importante, el dolor.
Creo que mi espíritu en ese instante fue impermeable porque mi corazón parecía entender que sin creer en un porvenir no hay sentimientos que logren encender el fuego apagado. Los sentimientos aunque nacen del pasado siempre le demandan algo al futuro.
Recuerdo que sólo una frase de su disertación me inquietó:
- Lo que le preocupa es empezar a crear un prestigio y defenderlo – Dijo con el ánimo de concluir su reprimenda en mi contra.
Sin duda el dolor ausente se hizo presente, pues en ese instante me vi obligado a dar algún tipo de respuesta.
- Con todo respeto… creo que está usted equivocado señor –
Con una sonrisa socarrona él insistió – Ya veo. ¿Usted no cree que para ser lo que fui, alguna vez no sentí lo mismo? –
- ¿A usted también lo decepcionaron sus sueños? – pregunté viendo en su rostro alguna oportunidad de comprensión.
- Sí. Y sé que lo peor en esa situación es no saber si dejarlos ir –
- No… entonces yo no estoy igual señor. Lo que yo no sé es si permitir que ellos me abandonen a mí – En ese momento, con una tristeza enorme porque otra vez no había conseguido lo que fui a buscar, decidí devolverme.
Todos los días él me continúa enviando mensajes. Sé que quiere que vuelva a buscarlo, pues seguro no está dispuesto a que yo sea el primero al que un discurso suyo no convenció.
No era extraño para mí, incluso sentía como si alguna vez ya hubiera notado esa cicatriz tallada en su nariz aguileña. Sentía como si en el pasado ya hubiera visto la sombra de su pelo desordenado dibujada en el suelo. Sentía como si hubiera tocado su sangre aquella vez que emanó por culpa de las balas de una metralleta.
- Ya sé porqué me ha buscado – dijo él antes que cualquier palabra abandonara mi boca – Y créame que estoy muy molesto. Usted más que nadie debe saber que detesto la mediocridad –
Enseguida derramó gran cantidad de palabras sobre mí, opté por desertar en mi defensa, y con nada más que cerrar mi boca dejé que sus vocablos, perspicaces como siempre, atravesaran mi cuerpo. Quería permitir que llegaran a mi corazón para ver si de esa forma reencontraba la verdad que me había impulsado durante los años de mi existencia, pero el intento fue inútil.
Su discurso en gran parte logró herir mi alma pero faltó lo más importante, el dolor.
Creo que mi espíritu en ese instante fue impermeable porque mi corazón parecía entender que sin creer en un porvenir no hay sentimientos que logren encender el fuego apagado. Los sentimientos aunque nacen del pasado siempre le demandan algo al futuro.
Recuerdo que sólo una frase de su disertación me inquietó:
- Lo que le preocupa es empezar a crear un prestigio y defenderlo – Dijo con el ánimo de concluir su reprimenda en mi contra.
Sin duda el dolor ausente se hizo presente, pues en ese instante me vi obligado a dar algún tipo de respuesta.
- Con todo respeto… creo que está usted equivocado señor –
Con una sonrisa socarrona él insistió – Ya veo. ¿Usted no cree que para ser lo que fui, alguna vez no sentí lo mismo? –
- ¿A usted también lo decepcionaron sus sueños? – pregunté viendo en su rostro alguna oportunidad de comprensión.
- Sí. Y sé que lo peor en esa situación es no saber si dejarlos ir –
- No… entonces yo no estoy igual señor. Lo que yo no sé es si permitir que ellos me abandonen a mí – En ese momento, con una tristeza enorme porque otra vez no había conseguido lo que fui a buscar, decidí devolverme.
Todos los días él me continúa enviando mensajes. Sé que quiere que vuelva a buscarlo, pues seguro no está dispuesto a que yo sea el primero al que un discurso suyo no convenció.
BOGOTÁ DC. JULIO. 2007